La noche de Navidad simboliza todo lo hermoso y
deseable que hay en el corazón humano: inocencia, cariño, bondad, amabilidad,
ternura, sonrisas, alegría, vida y el futuro por delante. Todo está simbolizado
en la inocencia de un niño que nace. Con la ventaja, en nuestro caso, de que
este niño tiene a Dios en lo más profundo de su ser. Su ser es ser de Dios.
Desde entonces la bondad, amabilidad, alegría y vida de lo humano están
impregnadas de eternidad. El pasado, el presente y el futuro de este niño es el
pasado de todos los humanos (venimos de Dios), el presente de todos ellos
(estamos en Dios) y su futuro (estamos hechos para Dios y Dios es la meta y el
sentido de nuestra vida).
La noche de Navidad recapitula los
deseos de paz y entendimiento que anidan en todo ser humano, estos deseos que
los avatares de la vida corrompen con demasiada frecuencia. La paz fundamentada
en la inocencia, en el mirar al otro sin resquemores, con una espontánea
confianza. La paz que es fruto del amor. Y el entendimiento que se basa en la
necesidad que todos tenemos del otro, como el niño que necesita de los demás
para nacer, sostenerse en el ser y crecer. Porque los necesita los acoge con
naturalidad, y extiende los brazos para acoger y ser acogido.
La noche de Navidad une lo humano con
lo divino, reconcilia lo distante, une lo alejado. Dios y el hombre en una sola
persona. Y al unir a Dios con el hombre, une a los seres humanos entre sí.
Porque si Dios se hace hombre, ser hombre es lo más maravilloso que se puede
ser. Si Dios se hace hombre no es solo porque el hombre tiene capacidad de
Dios, sino sobre todo porque los seres humanos tienen capacidad de amor, están
hechos para el amor. Lo humano no es el odio o el rechazo, sino la acogida y el
encuentro.
En la noche de Navidad todo es
amanecer, todo apunta hacia este sol que nace de lo alto para iluminar a los que
viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el
camino de la paz. En esta noche, Dios desvela el rostro oculto de su ser:
gracia, amor, misericordia. Por eso, en esta noche importa proclamar que no hay
nada más urgente, nada más necesario que conocer y dar a conocer al verdadero
Dios, aquel cuya última palabra se pronuncia: Jesucristo. Este es el único
nombre que puede salvar; el nombre que, aún sin saberlo, todos buscamos.
(Martin Gelabert)