Ser testigos de la luz, como Juan, y recibir de boca
de Jesús si no la misma alabanza, “profeta”, siquiera esta no menos importante,
“mi mensajero”. Y desde luego ni caña vencida por el viento ni preocupados por
el lujo y la vanagloria. Así hemos querido ser en esta parroquia, y es nuestro propósito
seguir siéndolo.
Lo mejor que nos puede pasar es no ser
centro de nada, ni siquiera de nosotros mismos. Centrados en Jesús y su
Evangelio, anunciándolo y haciéndolo presente a través de los sencillos gestos
de la vida, acompañando a cuantos curiosos o interesados también deseen
acercarse a Él, llevándolo con nosotros al encuentro de los pobres y empobrecidos,
derrotados y tristes, marginados y solitarios. En todo momento dejando que la
misericordia de Dios resplandezca sobre las demás cosas, así estaremos, así
debiéramos estar, quienes además de bautizados tenemos a la Virgen de Guadalupe
por patrona.
Dios ha dado suficientes pruebas de su
fidelidad, y de que lo que promete lo cumple. Por eso debemos revestirnos de
paciencia, como dice San Pablo, y no quejarnos porque parece callar ante
nuestro sufrimiento y el del la humanidad. No está desentendido de nada ni de
nadie, sino que como el labrador espera paciente y confiado el fruto que tras
las lluvias y los vientos, las heladas y los calores, llegue a su sazón.
Ese amor de Dios que ha sido sembrado
en nuestros corazones nos impulsa a entonar cantos de alabanza, y a decir
unidos a María, proclama nuestra alma las grandezas del Señor, se alegra
nuestro espíritu en Dios Salvador.
Hemos sido agraciados en todo, no para
nuestro solo y propio beneficio; sino para ser como el canal que lleva agua de
vida a todas las parcelas, a sus cultivos, a cada planta.
Inmerecidamente hemos sido ungidos
profetas para anunciar la buena nueva. Consagrados sacerdotes suyos para sanar
corazones afligidos. Coronados reyes para vivir con limpieza de mirada y
ternura en el corazón. Dios nos da sus dones para que los repartamos con
largueza. Vivamos las bienaventuranzas a destajo, hagamos Reino de Dios sin
fronteras, forjemos herramientas de las armas y construyamos en este erial un
vergel de paz verdadera y duradera.
Somos hijos de María de Guadalupe,
reina de gente pequeña de todos los colores y culturas, de muchos idiomas pero
de un único lenguaje, el del amor. Que ella esté siempre con nosotros. Que
nosotros nunca nos separemos de María en el camino hacia el Padre.