¿Es posible que Dios sea así?
¿Como un padre que no se guarda para sí
su herencia, que respeta totalmente el comportamiento de sus hijos, que no anda
obsesionado por su moralidad y que, rompiendo las reglas convencionales de lo
justo y correcto, busca para ellos una vida digna y dichosa?
¿Será esta la mejor metáfora de Dios:
un padre acogiendo con los brazos abiertos a los que andan «perdidos» fuera de
casa, y suplicando a cuantos lo contemplan y le escuchan que acojan con compasión
a todos?
Esta parábola significa una verdadera «revolución».
¿Será esto el reino de Dios?
¿Un Padre que mira a sus criaturas con
amor increíble y busca conducir la historia humana hacia una fiesta final donde
se celebre la vida, el perdón y la liberación definitiva de todo lo que
esclaviza y degrada al ser humano?
Jesús habla de un banquete espléndido
para todos, habla de música y de danzas, de seres humanos perdidos que desatan
la ternura de su padre, de hermanos llamados a perdonarse.
¿Será esta la buena noticia de
Dios?"
Pues sí: esta es la buena noticia que
debemos recibir con alegría; este es el Dios que predica Jesús; este es el Papá
de los cielos al que se confía y en cuyo regazo se deja acoger; este es, en
fin, el Anfitrión en quien Jesús está pensando cuando terminada su dura tarea
exclama: “A tus manos, Padre, entrego mi vida”.
Hay un problema. Mejor dicho, tenemos
un problema; nosotros lo tenemos, merece la pena recalcarlo: el Dios que
destila esta parábola no cabe en nuestras pequeñas cabezas, porque tenemos tan
asentada la idea de justicia, de autoridad y de honor familiar, que estamos
tentados de dar la razón al hermano mayor, que se enfadó contra la debilidad
del padre y se mostró en todo momento irritado con su hermano pequeño.
De ahí que Jesús ponga tanto interés y
cuidado en darnos hoy esta cuarta lección: Dios es Padre.
Pero Dios no sólo nos espera a la
puerta de la casa, también hay otras parábolas que le muestran saliendo en
nuestra búsqueda, moviéndonos a volver. Sea nuestra oración:
De mi vida, vacía y falsamente
inquieta, soñadora e idealista. QUE VUELVA, SEÑOR…
De mi soberbia que me impide acoger tu
bondad. De mi mundo, que me distancia de tu reino. De mis miserias, que
estorban mi perfección. QUE VUELVA, SEÑOR…
De aquello que me hace sentirme seguro
y dueño de mi destino. De toda apariencia que me engaña y me hace darte la
espalda. QUE VUELVA, SEÑOR…
De toda pretensión de malgastar,
arruinar o desaprovechar mis días. QUE VUELVA, SEÑOR…
A tu casa, que es donde mejor se vive.
A mi casa, que es tu casa, Señor. A tus brazos, que sé me echan en falta. A tus
caminos, para que no me pierda. A tu presencia, para que goce de la fiesta que
me tienes preparada. QUE VUELVA, SEÑOR…