Aparecen unos extraños, que no son del grupo, y le dicen a Felipe que quisieran ver Jesús. Parece que Felipe era su paisano, o al menos hablaba su mismo idioma, en aquel Jerusalén en fiestas que aglutinaba gentes variopintas venidas de fuera.
Felipe no lo tiene claro, y habla con Andrés; ya juntos, se lo dicen a Jesús. Pero Jesús, en lugar de saludar a los recién llegados, se dirige a sus discípulos y les expresa los sentimientos que le embargan en ese momento en que presiente que el final está próximo: ha llegado la hora, y el grano ha de dar su fruto; es preciso que muera bajo tierra para que no quede estéril. Para dar vida hay que gastar la propia vida.
Da la impresión de que Jesús está diciendo que sean ellos, sus discípulos, los que le muestren a los extraños, que ellos han de ser quienes les hablen, les expongan, les indiquen quién es, qué dice, cómo vive y qué hace Jesús. Y puesto que donde él esté también estará el que le sirva, el mejor testimonio que pueden dar sobre Jesús es viviendo como él vivió.
No puedo imaginarme que ahora entre alguien aquí y nos solicite que le presentemos a Jesús. Pero haciendo un alarde de imaginación, y deseándolo con todas las ganas de mi alma, ¿qué y cómo responderíamos?
A modo de lista, podríamos comenzar diciendo: en el sagrario, en la mesa eucarística, en su palabra desde el evangelio; luego pasaríamos a la comunidad, empezando por la familia, luego la parroquia y también incluiríamos la diocesis y la Iglesia universal. Y dando un paso más, diríamos que en el ser humano, especialmente el más necesitado porque está enfermo, agobiado, hambriento o marginado.
Y entonces es cuando podría escucharse como un trueno venido de alguna parte. También podríamos entre todos indagar de dónde ha venido. Tengo la seguridad de que sería la cruz la que nos reclamara entonces la atención. Sí, esta cruz grande que nos preside.
En una primera mirada puede asustar y hasta horrorizar. Un patíbulo. Dios que permite que su hijo Jesús, el mejor, el predilecto, muera en ella, ¿por qué se va a inquietar por las muertes de simples humanos? En todo caso será un juez severo que nos pida cuentas.
En una mirada posterior, nos encontraríamos con el misterio que no podemos entender. aún así en nuestra necesidad seguimos confiando en que Dios Padre algo va a sacar de ahí en favor nuestro. Creemos a pesar de la cruz, que no entendemos.
Si siguiéramos mirando, entonces llegaríamos a alcanzar la dimensión última del amor, que se mantiene firme a pesar del mal que asola nuestro mundo. Jesús, el hombre lleno del espíritu, hace de su vida entera una pelea contra el mal y la oscuridad. Por eso cura y enseña. Y por eso el mal se le opone y buscará destruirle. En Jesús vemos a Dios luchando contra el mal, la enfermedad, la ignorancia, el pecado. Y esta lucha le va a llevar hasta el final, hasta dar la vida, porque obras son amores. Y las obras de Jesús muestran su corazón, capaz de todo por luchar contra nuestro mal. Y entendemos en la cruz la cumbre de su lucha y de su entrega. Así, creemos en Jesús precisamente porque no baja de la cruz. Y por Jesús crucificado creemos más en el amor de Dios. Y los crucifijos se convierten en nuestro desafío a la lógica del mal.
Jesús resucitado es la lógica de Dios: la fuerza del Espíritu es mayor que el mal, aunque puede parecer sometida y vencida. Por eso, la cruz es una evidencia de los sentidos, como el mal. Pero la resurrección, la fuerza del Espíritu, es objeto de fe. Vemos al crucificado y creemos en Él, aunque no veamos más que un crucificado. Dimana de la cruz una luz que sólo desde la fe se adivina. ¡Cómo no abrazarla!
Felipe no lo tiene claro, y habla con Andrés; ya juntos, se lo dicen a Jesús. Pero Jesús, en lugar de saludar a los recién llegados, se dirige a sus discípulos y les expresa los sentimientos que le embargan en ese momento en que presiente que el final está próximo: ha llegado la hora, y el grano ha de dar su fruto; es preciso que muera bajo tierra para que no quede estéril. Para dar vida hay que gastar la propia vida.
Da la impresión de que Jesús está diciendo que sean ellos, sus discípulos, los que le muestren a los extraños, que ellos han de ser quienes les hablen, les expongan, les indiquen quién es, qué dice, cómo vive y qué hace Jesús. Y puesto que donde él esté también estará el que le sirva, el mejor testimonio que pueden dar sobre Jesús es viviendo como él vivió.
No puedo imaginarme que ahora entre alguien aquí y nos solicite que le presentemos a Jesús. Pero haciendo un alarde de imaginación, y deseándolo con todas las ganas de mi alma, ¿qué y cómo responderíamos?
A modo de lista, podríamos comenzar diciendo: en el sagrario, en la mesa eucarística, en su palabra desde el evangelio; luego pasaríamos a la comunidad, empezando por la familia, luego la parroquia y también incluiríamos la diocesis y la Iglesia universal. Y dando un paso más, diríamos que en el ser humano, especialmente el más necesitado porque está enfermo, agobiado, hambriento o marginado.
Y entonces es cuando podría escucharse como un trueno venido de alguna parte. También podríamos entre todos indagar de dónde ha venido. Tengo la seguridad de que sería la cruz la que nos reclamara entonces la atención. Sí, esta cruz grande que nos preside.
En una primera mirada puede asustar y hasta horrorizar. Un patíbulo. Dios que permite que su hijo Jesús, el mejor, el predilecto, muera en ella, ¿por qué se va a inquietar por las muertes de simples humanos? En todo caso será un juez severo que nos pida cuentas.
En una mirada posterior, nos encontraríamos con el misterio que no podemos entender. aún así en nuestra necesidad seguimos confiando en que Dios Padre algo va a sacar de ahí en favor nuestro. Creemos a pesar de la cruz, que no entendemos.
Si siguiéramos mirando, entonces llegaríamos a alcanzar la dimensión última del amor, que se mantiene firme a pesar del mal que asola nuestro mundo. Jesús, el hombre lleno del espíritu, hace de su vida entera una pelea contra el mal y la oscuridad. Por eso cura y enseña. Y por eso el mal se le opone y buscará destruirle. En Jesús vemos a Dios luchando contra el mal, la enfermedad, la ignorancia, el pecado. Y esta lucha le va a llevar hasta el final, hasta dar la vida, porque obras son amores. Y las obras de Jesús muestran su corazón, capaz de todo por luchar contra nuestro mal. Y entendemos en la cruz la cumbre de su lucha y de su entrega. Así, creemos en Jesús precisamente porque no baja de la cruz. Y por Jesús crucificado creemos más en el amor de Dios. Y los crucifijos se convierten en nuestro desafío a la lógica del mal.
Jesús resucitado es la lógica de Dios: la fuerza del Espíritu es mayor que el mal, aunque puede parecer sometida y vencida. Por eso, la cruz es una evidencia de los sentidos, como el mal. Pero la resurrección, la fuerza del Espíritu, es objeto de fe. Vemos al crucificado y creemos en Él, aunque no veamos más que un crucificado. Dimana de la cruz una luz que sólo desde la fe se adivina. ¡Cómo no abrazarla!