Tras el gesto público de Jesús, que contemplamos el domingo pasado siguiendo el evangelio de Marcos, hoy nos dirigimos a la casa de Pedro, para ser testigos de que si el mal atenaza a nuestro mundo, poseyéndolo, también entre los cacharros de cocina y en los quehaceres domésticos teje sus redes de dominio esclavizante y de negación de las personas.
Se trata de un ser humano, cuyo nombre no se dice porque al parecer tiene poca relevancia. Es la suegra de Pedro. Está postrada en cama. Dominada por la fiebre. Ni siquiera habla, carece del don de la palabra. Es mujer.
No se dice nada más. Tal vez, sin embargo, se diga todo. Basta mirar a Jesús y seguirle en sus gestos para descubrir de qué manera, por acción o por omisión, aquel ser humano mujer estaba más que marginada, anulada.
Jesús se le acerca, la toma de la mano y la hace ponerse en pie. La suegra de Pedro, cuyo nombre no sabemos, vence la fiebre y está dispuesta para el servicio.
¡Ya es triste que aquella persona carezca de nombre propio, tras más de veinte siglos de fe cristiana! Hay quien dice que representa a todo discípulo que por el gesto de Jesús sale de su silencio para ejercer su servicio y ministerio. Hay también quien dice que lo que Jesús realizó aquel día con aquella persona, aún está por rematar, y que en el interior de nuestra casa aún no hemos hecho los deberes.
Mirad lo que podría decir si hoy nos hablara:
«¿Qué fue lo que realmente pasó en mi vida en este momento?. Que Jesús me integró en su grupo de seguidores y pude entonces "servir" construyendo la comunidad de iguales que Jesús quería, rompiendo con la tradición judía y la mentalidad patriarcal, realizando en mí otro gesto aún más trasgresor que el anterior, que fue pórtico para una ruptura mucho más revolucionaria, tanto que después de veintiún siglos seguimos sin asumirlo en toda su novedad.
Gracias a muchas personas que se dejaron "tomar de la mano" por Jesús, "levantarse" y "servir", el cristianismo primitivo se fue viviendo en pequeñas comunidades domésticas, reunidas en nuestras casas, donde muchas mujeres asumimos funciones eclesiales tanto como misioneras itinerantes como matronas de las iglesias domésticas donde presidíamos la oración y la fracción del pan».
Una vez más podemos quedarnos en el Jesús que hace milagros, y venerarle embelesados. O podemos, además, avanzar haciendo lo que Él hizo: acercarnos a los lugares donde están los postrados de la vida, tomarles de la mano y ayudarles a levantarse. Entonces todos juntos nos pondremos a servir, tejeremos el manto de la solidaridad social y eclesial desde la cotidianidad y seremos así testigos creíbles en una sociedad cansada de palabras y necesitada de experiencias que se hagan verdad histórica.
Así los cansados y agobiados de nuestro mundo creerán de verdad, por nuestro testimonio, en Jesús, que no sólo sana los corazones afligidos; también restituye la dignidad a las personas y rompe el círculo vicioso del mal. Él pasó por la vida haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo.
Así también nosotros, cristianas y cristianos del siglo XXI, estaremos con San Pablo dando testimonio del Evangelio. Estaremos haciendo Reino de Dios.
Se trata de un ser humano, cuyo nombre no se dice porque al parecer tiene poca relevancia. Es la suegra de Pedro. Está postrada en cama. Dominada por la fiebre. Ni siquiera habla, carece del don de la palabra. Es mujer.
No se dice nada más. Tal vez, sin embargo, se diga todo. Basta mirar a Jesús y seguirle en sus gestos para descubrir de qué manera, por acción o por omisión, aquel ser humano mujer estaba más que marginada, anulada.
Jesús se le acerca, la toma de la mano y la hace ponerse en pie. La suegra de Pedro, cuyo nombre no sabemos, vence la fiebre y está dispuesta para el servicio.
¡Ya es triste que aquella persona carezca de nombre propio, tras más de veinte siglos de fe cristiana! Hay quien dice que representa a todo discípulo que por el gesto de Jesús sale de su silencio para ejercer su servicio y ministerio. Hay también quien dice que lo que Jesús realizó aquel día con aquella persona, aún está por rematar, y que en el interior de nuestra casa aún no hemos hecho los deberes.
Mirad lo que podría decir si hoy nos hablara:
«¿Qué fue lo que realmente pasó en mi vida en este momento?. Que Jesús me integró en su grupo de seguidores y pude entonces "servir" construyendo la comunidad de iguales que Jesús quería, rompiendo con la tradición judía y la mentalidad patriarcal, realizando en mí otro gesto aún más trasgresor que el anterior, que fue pórtico para una ruptura mucho más revolucionaria, tanto que después de veintiún siglos seguimos sin asumirlo en toda su novedad.
Gracias a muchas personas que se dejaron "tomar de la mano" por Jesús, "levantarse" y "servir", el cristianismo primitivo se fue viviendo en pequeñas comunidades domésticas, reunidas en nuestras casas, donde muchas mujeres asumimos funciones eclesiales tanto como misioneras itinerantes como matronas de las iglesias domésticas donde presidíamos la oración y la fracción del pan».
Una vez más podemos quedarnos en el Jesús que hace milagros, y venerarle embelesados. O podemos, además, avanzar haciendo lo que Él hizo: acercarnos a los lugares donde están los postrados de la vida, tomarles de la mano y ayudarles a levantarse. Entonces todos juntos nos pondremos a servir, tejeremos el manto de la solidaridad social y eclesial desde la cotidianidad y seremos así testigos creíbles en una sociedad cansada de palabras y necesitada de experiencias que se hagan verdad histórica.
Así los cansados y agobiados de nuestro mundo creerán de verdad, por nuestro testimonio, en Jesús, que no sólo sana los corazones afligidos; también restituye la dignidad a las personas y rompe el círculo vicioso del mal. Él pasó por la vida haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo.
Así también nosotros, cristianas y cristianos del siglo XXI, estaremos con San Pablo dando testimonio del Evangelio. Estaremos haciendo Reino de Dios.