Cuando las cosas no son evidentes, cuando
todo esfuerzo resulta incompleto o insuficiente para expresar lo que se quiere;
cuando no sabemos hacernos entender por más que lo intentemos, y la otra parte
está cerrada a comprender; aumentar el número de palabras dificulta más que facilita.
“Hay que decir la verdad, no hablar mucho”. Dicen que dijo Demócrito
En esta escena evangélica que
conocemos como la transfiguración del Señor en el monte, están las palabras justas.
Jesús había tratado de explicar a sus
discípulos el sentido de su misión como enviado de Dios, como Mesías. Y no lo
había conseguido, o sus amigos no querían comprender. El sueño, el
aburrimiento, el rechazo podían demasiado.
Ayer murió Umberto Eco, un escritor
italiano, además de pensador y profesor universitario. Quizá recordéis su
novela El nombre de la rosa, que causó mucho espectáculo hace treinta y seis años.
Con tal motivo hoy se publican algunas de sus frases más impactantes o
significativas. Me voy a fijar en una de ellas: “Hoy, cuando afloran los
nombres de corruptos o defraudadores y se sabe más, a la gente no le importa
nada y solo van a la cárcel los ladrones albaneses de pollos”. Total, como
decimos en esta tierra, la guardia civil sólo se mete con los gitanos por robar
una gallina.
Es verdad, en nuestro mundo ocurren
muchas cosas, malas y buenas, pero nada parece importar, somos como somos y nos
resignamos, o nos aferramos a ello para no correr ningún riesgo. El cambio
produce vértigo, y hasta miedo.
Para qué iba Abrán a meterse en
complicaciones, tenía lo que necesitaba, y hasta le sobraba… Abrán se lanzó a
la voz de Dios, y fue padre de un inmenso pueblo.
Umberto Eco, un señor culto y con
renombre, se expuso a tirar por la borda su carrera intelectual publicando una
novela…, y resultó un bombazo. Pudo haber hecho el ridículo, y nos regaló un tesoro.
También nosotros estamos tentados a
seguir donde y como estamos, buscando el pan, agarrando el dinero y ansiando
triunfos, poder y honores.
Subamos con Jesús al monte para
vislumbrar lo que podremos ser, y lo que ciertamente alcanzaremos a ser si le
miramos a él solo, solo a Jesús, y luego volvemos al llano para poner en tensión
nuestras vidas como Jesús obediente a la voluntad del Padre.
Ciudadanos del cielo, afirma San
Pablo. Junto a Pedro, Juan y Santiago, esta mañana hemos podido ver en Jesús
transfigurado nuestra propia transfiguración.
No consintamos que todo nos de igual,
que siempre vayan a la cárcel los de siempre. Limpiemos nuestra vida y aseemos
nuestro mundo. Es posible otro mucho mejor.