Tomando al joven del evangelio, que se
acerca a Jesús para solicitarle consejo, como referencia del proceso que a toda
persona bautizada en la infancia puede sucederla en algún momento de su vida,
las tres lecturas de hoy señalan tres etapas significativas.
1ª Quien descubre y alcanza la verdad,
reconoce que es la verdad quien le alcanza a él, y que nada se le puede
comparar. Es Dios mismo el que nos busca e interpela. ¡Qué importante es estar
alerta!
2ª La Palabra de Dios no es una droga
angelical que adormece suavemente las conciencias, sino una espada de dos filos
que inquieta la cómoda seguridad de nuestras conciencias. Es bien importante
reconocer qué pretendemos sacar de nuestro encuentro con Jesús.
3ª La respuesta de Jesús a nuestra
solicitud viene dada en una progresión bien clara desde una lógica nueva. Lo
primero es no vivir agarrado a las posesiones: «vende lo que tienes». Lo
segundo, ayudar a los pobres: «dales tu dinero». Por último, «ven y sígueme».
La pregunta por la salvación eterna a
Jesús parece no interesarle. Es su mirada la que salva, el cariño que nos tiene
y su deseo de que seamos felices. Al joven le ofreció, igual que a nosotros, un
proyecto de vida ilusionante. La renuncia que propone, lejos de ser carencia y
sufrimiento, es libertad y alegría; ese desprendimiento no lleva al fracaso,
sino a la plena autonomía. Evangélicamente hablando el dinero atesorado es el
mayor déspota; hace súbditos y esclavos a quienes no se liberan de su dominio.