Papa Francisco, al dirigirse a toda la
Iglesia en su mensaje para la Cuaresma de este año, utiliza las palabras del
libro del Génesis ¿qué has hecho de tu hermano? que Dios dirige a Caín después
de matar a su hermano Abel. Lo hace para poner el dedo en uno de los desafíos más
urgentes que tenemos en este mundo, la globalización de la indiferencia. La
indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para
los cristianos. Por eso necesitamos oír en Cuaresma el grito de los profetas
que levantan su voz y nos despiertan.
Dios no es indiferente al mundo, sino
que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada ser humano.
En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de
Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo
y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta
mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el
testimonio de la fe que actúa por la caridad. Sin embargo, el mundo tiende a
cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el
mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe
sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.
El pueblo de Dios, por tanto, tiene
necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí
mismo.
Y a continuación nos ofrece tres
pasajes bíblicos para que los meditemos:
«Si un miembro sufre, todos sufren con
él» (1 Cor 12, 26)
«¿Dónde está tu hermano?» (Gen 4, 9)
«Fortaleced vuestros corazones» (Sant
5, 8)
En el deseo de orar en comunión con
todos nosotros y pedir a Cristo «Haz nuestro corazón semejante al tuyo»,
termina el obispo de Roma animándonos a tener un corazón fuerte y
misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no
caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.
Quienes formamos la parroquia debemos
saber que somos la Iglesia, toda la Iglesia de Jesús, no importa nuestra pequeñez
y límites concretos. Para nuestros vecinos, somos la Iglesia que ven y que les
sirve, o no somos nada. Por ello es importante que nos preguntemos personal y
comunitariamente:
¿Se tiene la experiencia de que
formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios
quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños,
y se hace cargo de ellos?
¿O nos refugiamos en un amor universal
que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro
sentado delante de su propia puerta cerrada?
Y que, también personal y
comunitariamente, nos comprometamos a:
Orar en la comunión de la Iglesia
terrenal y celestial. Y papa Francisco nos propone realizar 24 horas para el Señor
en los próximos días 13 y 14 de marzo.
Ayudar con gestos de caridad, llegando
tanto a las personas próximas como a las lejanas. A mano tenemos tantas
instancias eclesiales por donde canalizar esa solidaridad, desde la parroquia
hasta Caritas, desde Manos Unidas a otras ong de nuestra confianza.
Asumir el sufrimiento del otro como
una llamada a la propia conversión, reconociendo en la necesidad del hermano la
fragilidad de mi vida, nuestra dependencia de Dios y de los hermanos.