Mientras estamos aquí reunidos, en
otros lugares están ocurriendo, entre otras, las siguientes cosas: Grecia y
rescate económico, Ucrania y guerra, Estado islámico y muerte, África y hambre,
etc. (consultar el periódico del día).
Los cristianos estamos convocados a
entrar en actitud cuaresmal mientras otros ciudadanos del mundo viven sus
particulares cuaresmas. Seguramente los protagonistas de las noticias que hoy
publican los periódicos están ajenos a nuestra cuaresma, pero nosotros debemos
poner todas ellas en relación.
Jesús es conducido al desierto, dice
el evangelio, y sale victorioso de las tentaciones.
El desierto al que Jesús es conducido
es ese lugar en el que uno se enfrenta a sí mismo y a sus limitaciones, sin
asideros ni escapatorias, en desnudez y soledad… ante solo Dios.
Nosotros no tenemos desierto, pero sí
oportunidad para realizar el mismo proceso de Jesús, si como él nos dejamos
guiar por el Espíritu.
Esta cuaresma que estamos iniciando es
buen momento para examinar…
Si estamos atendiendo a lo esencial, o
por el contrario nos hemos quedado en lo accesorio.
Si vivimos a expensas de lo externo, y
descuidamos lo más profundo.
Si nuestra preocupación es tener, y no apreciamos
lo que somos.
Si nos contentamos con hacer, mientras
Dios está reclamando nuestra atención.
Es preocupante en nuestro tiempo que, con
la cantidad de noticias alarmantes que nos llegan a diario, y con la de
llamadas a la solidaridad que se dan desde tantos lugares y por motivos tan diferentes,
parece que nada se soluciona; y lo que hoy es actualidad, mañana ya nadie lo
recuerda. Se habla de una solidaridad líquida. Algunos lo llaman buenismo, que
gran parte del mundo practica pero sólo sirve como anestesia y escusa.
Si deseamos que esta Cuaresma no caiga
en saco roto, dejemos de mirarnos a nosotros mismos, ya hemos comprobado hasta
dónde podemos llegar. Pongámonos las pilas y armémonos con el Evangelio.
Mirando a Dios sabremos lo que Él nos está pidiendo y espera de nosotros. Mirando
a través de los ojos de Dios, la realidad cobra un sentido completamente
diferente.
Pidamos, pues, lo que San Pablo nos
propone: que Dios nos conceda una conciencia pura. Y que nosotros la aceptemos.