Cuántas veces y cuántas personas se acercaron a Jesús a preguntarle si todo lo que predicaba se iba a cumplir pronto. Veían que junto a él las cosas parecían muy bonitas y muy fáciles: los enfermos quedaban sanos y acompañados; los tristes volvían a reír; los pobres, tal vez siguieran siendo pobres, pero ya no padecían necesidad ni ansiaban riquezas; los despreciados, eran acogidos; los perseguidos, dejaban de huir y de esconderse; las mujeres, ocupaban puestos de responsabilidad y de respeto; los esclavos dejaban de serlo, y los amos eran quienes servían con diligencia.
Todo un mundo al revés, que Abba Dios ponía al alcance de cualquiera.
Pero en cuanto se separaban de Jesús, las cosas volvían a ser como antes, porque la sociedad aún no había descubierto la novedad del Reino de Dios.
Jesús también empezó a entender que las cosas iban mucho más despacio, que el Reinado de Dios llegará cuando sea su momento. Y que mientras tanto, hay que trabajar en el día a día, como la levadura dentro de la masa sin notarse, como el grano de trigo bajo la tierra pudriéndose. Como quien en el estudio o en el trabajo, no aprecia casi el resultado de su esfuerzo, y espera que al final todo tenga un resultado suficiente. San Pablo nos dijo en cierta ocasión que igual que el deportista tiene que entrenar en el gimnasio para luego correr en el estadio y alcanzar la meta, los cristianos hemos de estar en plena forma para poder caminar tras Jesús y no perder el paso.
Ser sabio no es sólo saber cosas, también es tener paciencia, estar atento y preparado
, ser constante y conservar/aumentar la alegría y la esperanza.
Los discípulos de Jesús no podemos sentarnos a esperar que las cosas mejoren por sí mismas; vivir despreocupados no va con nosotros. Que trabajen los demás, no pertenece al estilo de Jesús, que no se durmió ni cayó en la rutina y el aburrimiento, sino que se empleó tan a fondo, que se gastó del todo por los demás.
Igual que cuidamos nuestras cosas para que siempre estén en buen uso, así debemos cuidarnos a nosotros mismos, porque en cualquier momento de la vida Dios sale a nuestro encuentro para pedirnos que actuemos y demos de los que somos y tenemos.
Eso es labor de mantenimiento. No nos descuidemos. Porque si nos oxidamos o atascamos como seres humanos y como cristianos, cuando llegue el momento no sabremos qué hacer ni qué decir.
Encender cada domingo nuestra fe rumiando las palabras de Jesús y comulgando vitalmente con él es seguramente la mejor forma de estar en forma.
Todo un mundo al revés, que Abba Dios ponía al alcance de cualquiera.
Pero en cuanto se separaban de Jesús, las cosas volvían a ser como antes, porque la sociedad aún no había descubierto la novedad del Reino de Dios.
Jesús también empezó a entender que las cosas iban mucho más despacio, que el Reinado de Dios llegará cuando sea su momento. Y que mientras tanto, hay que trabajar en el día a día, como la levadura dentro de la masa sin notarse, como el grano de trigo bajo la tierra pudriéndose. Como quien en el estudio o en el trabajo, no aprecia casi el resultado de su esfuerzo, y espera que al final todo tenga un resultado suficiente. San Pablo nos dijo en cierta ocasión que igual que el deportista tiene que entrenar en el gimnasio para luego correr en el estadio y alcanzar la meta, los cristianos hemos de estar en plena forma para poder caminar tras Jesús y no perder el paso.
Ser sabio no es sólo saber cosas, también es tener paciencia, estar atento y preparado
, ser constante y conservar/aumentar la alegría y la esperanza.
Los discípulos de Jesús no podemos sentarnos a esperar que las cosas mejoren por sí mismas; vivir despreocupados no va con nosotros. Que trabajen los demás, no pertenece al estilo de Jesús, que no se durmió ni cayó en la rutina y el aburrimiento, sino que se empleó tan a fondo, que se gastó del todo por los demás.
Igual que cuidamos nuestras cosas para que siempre estén en buen uso, así debemos cuidarnos a nosotros mismos, porque en cualquier momento de la vida Dios sale a nuestro encuentro para pedirnos que actuemos y demos de los que somos y tenemos.
Eso es labor de mantenimiento. No nos descuidemos. Porque si nos oxidamos o atascamos como seres humanos y como cristianos, cuando llegue el momento no sabremos qué hacer ni qué decir.
Encender cada domingo nuestra fe rumiando las palabras de Jesús y comulgando vitalmente con él es seguramente la mejor forma de estar en forma.