Domingo 33º del Tiempo Ordinario


Seguramente al levantarnos de la cama esta mañana nos hemos mirado en el espejo del cuarto de baño. Nuestra cara puede que sea la primera que veamos cada día reflejada en la pared. No sé si nos reconocemos, o tardamos algo en hacerlo. Pero sin duda eso que vemos es nuestra imagen. Y tal vez no demasiado completa, que requiera un detallado examen para que nos entregue todo cuanto tras ella se encierra.

Si hubiéramos tenido tiempo y una poca de paciencia, habríamos conseguido identificar a la persona con su nombre, edad, estado, circunstancias. Y si hubiéramos seguido inspeccionando habríamos hecho un retrato completo de nuestra persona.

No somos sólo un yo, somos mucho más. Eso es lo que nos dice el espejo, y eso es también lo que nos dice la parábola de los talentos del evangelio de hoy.

Jesús no nos está contado una historia para examinar nuestros méritos, sino para que nos reconozcamos, y nos digamos a nosotros mismos: “mírate, fulanito, ese eres tú, tienes una riqueza, eres un tesoro…, ¡no tengas miedo ni te entierres en la mediocridad o superficialidad! Atrévete a vivir todo lo que eres”.

Negociar esa realidad es reconocerla y disfrutarla, haciendo uso de ella y poniéndola en valor, que se dice.

Esconderla es vivir encogido y temeroso, sin apreciar lo que somos, sin hacer uso de ello, sin sacarle provecho.

Eso pasó con los hijos del padre bueno de aquella otra parábola. El hijo pequeño se acordó de que era hijo y de que tenía un padre, y se fue derecho a sus brazos. El hijo mayor, sin embargo, no había vivido como hijo sino como empleado, y no disfrutó de cuanto tenía; tarde se percató, y en lugar de cambiar, se encaró con su padre.

Cuántas veces nos dirigimos a Dios exigiendo, reclamando, reprochando; no nos convencemos de nuestra enormidad, y la dejamos languidecer y dormir en un hoyo. Ese es nuestro «llanto y rechinar de dientes». Y ahí también residirá la razón de esa extraña frase final en boca de Jesús: «Al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene».

Hijos de Dios por naturaleza, no apreciarnos ni valorarnos equivale a perder cuanto hemos recibido tan gratuitamente, tan amorosamente.

Vivir gozosamente como hijos de Dios y por tanto hermanos, es ser fieles en lo poco y merecer entrar al banquete de la fiesta; y es plenitud, porque Dios nos dará aún más, y nos sobrará.

Música Sí/No