Domingo 28º del Tiempo Ordinario


En la cultura bíblica la teología del banquete final ocupa un puesto importante. Según ella, al final de los tiempos, Dios sentará a la mesa a todos los pueblos de la tierra; será un signo de comunión y protección. Allí los pueblos en fiesta reconocerán que Yahvé es Dios, el único; desaparecerá todo sufrimiento, incluida la muerte, y todos serán un solo pueblo.

Jesús, ante la actitud de los sumos sacerdotes y de los senadores del pueblo, vuelve a hablar utilizando una parábola para reflejar el Reino de Dios como un banquete. Es una idea que sus oyentes comprenden perfectamente. Y nosotros también.

Un banquete de bodas es el símbolo por excelencia de la alegría, del encuentro, de la comunión y también de la intimidad. Dios quiere todo eso para los invitados. Y procura que todos estén convenientemente enterados e informados. Pero empiezan las sorpresas: la primera, el rechazo absurdo a asistir. Todos tienen cosas más importantes que hacer. Incluso algunos maltratan a los mensajeros hasta matarlos. Pero Dios no suspende la fiesta, segunda sorpresa. Dirige su invitación ahora a destinatarios insospechados, de toda condición: "buenos y malos". Como es de suponer, la sala de llena de gente, todos marginados de las "cunetas y los caminos", y en ella encuentran acogida. Y viene la tercera sorpresa: no es suficiente haber entrado; aunque no ha habido previo aviso, se requiere vestir traje de fiesta.

El significado que tiene esta parábola en boca de Jesús lo indica el mismo Evangelio de Mateo, que es la frase final que no recoge la lectura de hoy; dice: "Se retiraron entonces los fariseos para elaborar una plan para cazar a Jesús con una pregunta".

Si después de esta homilía que estoy dirigiéndoos, a la salida os organizáis para pensar un plan y cazarme, ¿qué será lo que os he dicho? Ciertamente nada agradable. Mucho más, algo tan duro que os he sacado de vuestras casillas. Ya vuelve, otra vez, a reñirnos; siempre nos está riñendo, en lugar de animarnos y felicitarnos.

No son palabras mías, es que es lo que el evangelio dice. Misterio terrible de la bondad de Dios, que siempre está llamándonos, y de nuestra estupidez, que podemos negarnos a responderle.

El banquete que Dios prometió a nuestras padres antiguos lo realizó definitivamente en su Hijo. Hoy nos invita insistentemente a nosotros. Y solamente espera que participemos vestidos con el traje apropiado.

Su llamada e invitación nos llega siempre, pero se hace especialmente notoria en determinados momentos y desde circunstancias señaladas.

A veces con fuerza, otras como en susurros. Y es posible que llegue a ocurrir de sopetón. No es lo normal, pero ocurre.

Importa y mucho cómo le respondemos. Porque él no cesa en su llamada. Nos busca, incluso nos persigue, porque su amor es así de terco, de constante y de verdadero.

Si estamos atendiendo a la llamada del bien, del amor y de la justicia, casi con toda seguridad es a Dios mismo a quien estamos respondiendo.

Música Sí/No