Algo pasó en aquel grupo, arrinconado por miedo a todo, cuando sintieron que Jesús estaba allí; que no sólo no se había ido, sino que su aire, el Viento divino, los empujaba a salir de sí mismos y del encierro en el que estaban, para alzar la voz y gritar con fuerza que la Vida triunfa sobre la muerte, y que Dios es para todos.
Algo pasó en todos ellos, y de temer a un Dios lejano empezaron a predicar un Dios que es Padre.
Algo pasó, y de vivir temiendo al mundo, salieron hacia él para hacerlo humano.
Algo tuvo que pasar, porque empezaron a predicar que Dios se había hecho hombre, que caminó por nuestro suelo, que se acercó a los enfermos y despreciados, que enriqueció con amor a los más pobres, que miró a la mujer de igual a igual, que habló a Dios de tú a tú, que se gastó por todos y se entregó sin vacilar para que en él descubriéramos quiénes somos, imagen del Dios vivo, templos del Altísimo; pero también sacerdotes, y profetas, y reyes.
Tuvo por fuerza que suceder algo grandioso para hacer de aquellas tímidas y temerosas personas, testigos del Reino de Dios, igual que su Maestro.
Tiene que estar sucediendo ahora algo muy importante, misterioso, milagroso. No estamos solos. Su Espíritu, el que prometió, con el que aseguró enriquecer nuestra debilidad e ignorancia, está aquí. Dios está aquí, y no falla. Tampoco estorba ni avasalla. Está en mí y está en ti; y también en el de al lado, y en el de más allá. Está con toda la asamblea, con cada uno de nosotros.
Está también en nuestro mundo, en todos los seres humanos. En la naturaleza y en las cosas, en la tierra y hasta en las estrellas.
Es el mismo que exhaló su aliento y creó la vida. Es el que hasta ahora ha mantenido todo en su existencia.
Ese mismo Espíritu, Santo porque es divino, nos impulsa a vivir al Aire de Jesús, nos unge como cristos, y nos capacita para ser testigos del Dios vivo, para ser felices y hacer felices a los demás.
Dejémos penetrar por la fuerza de Dios y superemos nuestros miedos cargando con ellos y no permitiendo que sean ellos los que manden.
Como Pedro y todo el grupo apostólico, con María y aquellas valientes mujeres, acojamos el Espíritu que Jesús desde el Padre nos envía, con alegría y agradecimiento, pero sobretodo con responsabilidad.
Algo pasó en todos ellos, y de temer a un Dios lejano empezaron a predicar un Dios que es Padre.
Algo pasó, y de vivir temiendo al mundo, salieron hacia él para hacerlo humano.
Algo tuvo que pasar, porque empezaron a predicar que Dios se había hecho hombre, que caminó por nuestro suelo, que se acercó a los enfermos y despreciados, que enriqueció con amor a los más pobres, que miró a la mujer de igual a igual, que habló a Dios de tú a tú, que se gastó por todos y se entregó sin vacilar para que en él descubriéramos quiénes somos, imagen del Dios vivo, templos del Altísimo; pero también sacerdotes, y profetas, y reyes.
Tuvo por fuerza que suceder algo grandioso para hacer de aquellas tímidas y temerosas personas, testigos del Reino de Dios, igual que su Maestro.
Tiene que estar sucediendo ahora algo muy importante, misterioso, milagroso. No estamos solos. Su Espíritu, el que prometió, con el que aseguró enriquecer nuestra debilidad e ignorancia, está aquí. Dios está aquí, y no falla. Tampoco estorba ni avasalla. Está en mí y está en ti; y también en el de al lado, y en el de más allá. Está con toda la asamblea, con cada uno de nosotros.
Está también en nuestro mundo, en todos los seres humanos. En la naturaleza y en las cosas, en la tierra y hasta en las estrellas.
Es el mismo que exhaló su aliento y creó la vida. Es el que hasta ahora ha mantenido todo en su existencia.
Ese mismo Espíritu, Santo porque es divino, nos impulsa a vivir al Aire de Jesús, nos unge como cristos, y nos capacita para ser testigos del Dios vivo, para ser felices y hacer felices a los demás.
Dejémos penetrar por la fuerza de Dios y superemos nuestros miedos cargando con ellos y no permitiendo que sean ellos los que manden.
Como Pedro y todo el grupo apostólico, con María y aquellas valientes mujeres, acojamos el Espíritu que Jesús desde el Padre nos envía, con alegría y agradecimiento, pero sobretodo con responsabilidad.