El broche que cierra litúrgicamente la Cuaresma es esta Eucaristía dominical con las lecturas bíblicas que acabamos de proclamar. Tienen su culmen en la frase de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida», junto a la tumba de un amigo.
No es una frase bonita, ni pura retórica. Se trata de un grito dado por Jesús cuando como ser humano se encuentra más desvalido, en el momento más comprometido de su existencia y ante el cadáver de un ser querido.
Como judío cree en la resurrección de los muertos, allá al final de los tiempos. Mientras llega ese momento, entonces y ahora, lo que damos por muerto debe reposar tras la losa del sepulcro, atado y amordazado, excluido de la vida.
Ahí está también nuestra fe, tan inmóvil y estéril como nuestra esperanza; simple letra, apenas unos supuestos doctrinales.
A partir de su rotunda afirmación, Jesús va a dar tres órdenes apremiantes, haciéndonos entrar en acción:
¡Quitad la losa! ¡Sal fuera! ¡Desatadlo y dejadlo andar!
La vida no puede estar inactiva, dormida, sepultada.
Necesitamos mover la piedra de las cargas y esclavitudes que nos ahogan e inutilizan.
Debemos recuperar nuestra libertad y pasar a esa nueva situación de resucitados. Lo nuestro es la vida, no la muerte.
Jesús resucitó a Lázaro. Devolvió la vida a Marta y a María, que se morían de pena hundidas en sus dudas. Entusiasmó a los discípulos, cobardes y llenos de miedo a las puertas de Jerusalén.
Que la Palabra de Dios nos haga ver hoy que, por muy negra que sea nuestra realidad en este momento, por muy lamentable que parezca la situación a la que hemos llegado…, tenemos razones para apuntarnos a la esperanza. Para Dios estamos vivos. Todos podemos renacer y brotar. Todos podemos salir de la fosa.
Mejor dicho: a todos nosotros, en el bautismo, Dios nos situó ante la vida para que la vivamos, la compartamos y para que ayudemos a vivir. Por tanto, vivamos erguidos, conscientes de nuestra dignidad, libres y sin temor, resucitados y resucitadores. Adelante nos espera la Pascua Florida, la fiesta de los renacidos en el Espíritu de Jesús, que ya poseemos en el presente y es prenda de futuro en plenitud.
Porque Dios no nos ha abandonado.
No es una frase bonita, ni pura retórica. Se trata de un grito dado por Jesús cuando como ser humano se encuentra más desvalido, en el momento más comprometido de su existencia y ante el cadáver de un ser querido.
Como judío cree en la resurrección de los muertos, allá al final de los tiempos. Mientras llega ese momento, entonces y ahora, lo que damos por muerto debe reposar tras la losa del sepulcro, atado y amordazado, excluido de la vida.
Ahí está también nuestra fe, tan inmóvil y estéril como nuestra esperanza; simple letra, apenas unos supuestos doctrinales.
A partir de su rotunda afirmación, Jesús va a dar tres órdenes apremiantes, haciéndonos entrar en acción:
¡Quitad la losa! ¡Sal fuera! ¡Desatadlo y dejadlo andar!
La vida no puede estar inactiva, dormida, sepultada.
Necesitamos mover la piedra de las cargas y esclavitudes que nos ahogan e inutilizan.
Debemos recuperar nuestra libertad y pasar a esa nueva situación de resucitados. Lo nuestro es la vida, no la muerte.
Jesús resucitó a Lázaro. Devolvió la vida a Marta y a María, que se morían de pena hundidas en sus dudas. Entusiasmó a los discípulos, cobardes y llenos de miedo a las puertas de Jerusalén.
Que la Palabra de Dios nos haga ver hoy que, por muy negra que sea nuestra realidad en este momento, por muy lamentable que parezca la situación a la que hemos llegado…, tenemos razones para apuntarnos a la esperanza. Para Dios estamos vivos. Todos podemos renacer y brotar. Todos podemos salir de la fosa.
Mejor dicho: a todos nosotros, en el bautismo, Dios nos situó ante la vida para que la vivamos, la compartamos y para que ayudemos a vivir. Por tanto, vivamos erguidos, conscientes de nuestra dignidad, libres y sin temor, resucitados y resucitadores. Adelante nos espera la Pascua Florida, la fiesta de los renacidos en el Espíritu de Jesús, que ya poseemos en el presente y es prenda de futuro en plenitud.
Porque Dios no nos ha abandonado.