Todos los seres humanos somos de pueblo, más bien de nuestro pueblo. Desde pequeños tenemos un territorio marcado, en el que echamos nuestra raíces y al que nos unimos afectivamente. La universalidad, la mente y el corazón abiertos, más bien es cosa de aprendizaje, de riqueza que se va adquiriendo con la experiencia.
Este es el dato que hoy aprende Jesús: que él es judío, pero tiene que abrirse al resto de la humanidad. Esa es la voluntad de su Padre: atender a todos, no hacer acepción de personas, extender el Reino de Dios más allá de cualquier frontera.
El otro apunte que quiero expresar esta mañana es que necesitamos rezar. Rezar no es sólo repetir oraciones aprendidas. Rezar hablar con Dios, dialogar, pedir, preguntar, insistir, porfiar y hasta discutir con Él.
La mujer cananea nos da una estupenda lección. Su oración insistente, tozuda, y hasta podíamos decir provocadora, consigue resultados. Su plegaria es atendida.
Ante Dios no hay fronteras, no las mantengamos nosotros. Con Dios necesitamos expresarnos; Él nos habla, seamos al menos corteses: escuchemos lo que nos dice y respondamos a sus requerimientos.