La familia de Nazaret fue necesaria
para que Dios Hijo se encarnara en Jesús y así fuera Dios-con-nosotros. Por eso
decimos Sagrada Familia. Y estamos agradecidos a María y a José, porque ellos
colaboraron para hacer posible el plan de Dios.
Pero si es verdad que merecen nuestra
devoción y veneración, también es cierto que forman una familia singular, que
como ejemplo, hoy y en cualquier época, es inimitable. Y no voy a enumerar
todas las notas que la hacen tan peculiar: madre virgen, padre putativo, hijo
engendrado por el Espíritu Santo.
Con respeto debemos reconocer las
diferencias que existen entre el contenido de nuestra fe y la realidad histórica
que vivimos. No podemos repetir el modelo que formaron Jesús, María y José.
Pero sí fijarnos en sus actitudes humanas, y en cómo se enfrentaron a las diversas
situaciones en que se vieron envueltos.
Jesús predicó lo que vivió. Si predicó
el amor, es decir, la entrega, el servicio, la solicitud por el otro, quiere
decir que primero lo vivió él. Y fue de María y José de quienes lo aprendió. La
familia es el primer campo de entrenamiento para todo ser humano. Y puesto que
la vida de toda persona es un proceso, no está exenta de tensiones, dudas,
miedo y equivocaciones. La Sagrada Familia vivió la dureza de todo eso, pero
también lo amasó con amor.
José, María y Jesús forman en conjunto
un tesoro del que podemos extraer valores que nos sirvan para posicionarnos
ante Dios, ante los demás y frente a nuestro propio destino. Pero no para
sancionar ningún modelo concreto de familia.
Como les ocurrió a ellos, también a
nosotros nos toca abrir caminos propios y nuevos para realizarnos como personas
que vivimos juntos porque nos necesitamos para desarrollar todo el potencial
que Dios ha puesto en cada ser humano.
Ellos se fiaron de Dios y actuaron
responsablemente. Ahí sí puede estar el modelo y el ejemplo que nos conviene.
Sagrada Familia de Nazaret, –Jesús,
María y José–, rogad por nosotros.