La pregunta que surge tras escuchar
este texto evangélico de Juan es si verdaderamente Lázaro volvió a la vida
junto a sus hermanas, Marta y María. Y una vez más estaremos entre quienes
ponemos a Dios a prueba y le tentamos, forzándolo a quebrar las leyes de la
naturaleza. Él es el creador de todo, y todo se mantiene en Él. Él supera todo
deseo humano porque es el Dios siempre mayor. Pero no se contradice a sí mismo
ni hace burla de su creación.
En este quinto y último domingo de
cuaresma, volvemos al principio, para reconocer que hemos recorrido un largo
camino junto a Jesús. En el trayecto hemos descubierto que Dios es fiel a sí
mismo y a nosotros, sus criaturas; Él nuestro Padre, nosotros sus hijos.
Por eso no debemos ponerlo a prueba,
exigiéndole ser un dios según nuestros gustos e intereses, a nuestra medida.
Que sólo podemos acceder a Dios a través
de Jesús, el Cristo. Es su Palabra; escuchándole, escuchamos a Dios.
Que nuestra sed, la que calmamos en
pozos y fuentes que no sacian, va dirigida directamente a él, de quien en
verdad estamos sedientos. En Jesús se manifiesta como el agua que calma y da
eternidad.
Que llegar a ver la Luz es un proceso
que ocurre desde la fe, que, atravesando las tinieblas en que existimos y nos
movemos, va disponiéndonos el corazón para dar el sí rendido: ¡Creo, Señor!
Hoy el evangelio nos sitúa ante la
muerte. Esa realidad inevitable en la vida de todo ser creado. El único escollo
que nos impide llegar hasta Dios. El terrible enemigo que nos destruye y acaba
con todas nuestras ansias de plenitud. La muerte nos da miedo y nos fuerza al
silencio. La imaginamos como la nada en que todos desapareceremos para siempre.
Como cualquier ser humano, los
cristianos no sabemos de lo que hay al otro lado más que los demás. También
nosotros nos hemos de acercar con humildad al hecho oscuro de nuestra muerte.
Pero lo hacemos con una confianza radical en la Bondad del Misterio de Dios que
vislumbramos en Jesús. Ese Jesús al que, sin haberlo visto, amamos y, sin verlo
aún, le damos nuestra confianza.
Esta confianza no puede ser entendida
desde fuera. Sólo puede ser vivida por quien ha respondido, con fe sencilla, a
las palabras de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees tú esto?».