Aunque hoy termina el tiempo litúrgico de Navidad, en realidad es ahora cuando empieza. Porque si de lo que se trata es de escuchar y seguir al Emmanuel, Dios-con-nosotros, es a partir de ahora cuando tenemos completa seguridad de quién es Jesús y para qué ha aparecido en esta tierra.
Creer en un Dios lejano y silencioso sería peor que no creer en nada; siendo ateos, sin Dios, al menos no tendríamos motivo para sentirnos huérfanos y temerosos.
Pero ocurre que creemos en el Dios cercano que habla. Tan cercano que es vecino y paisano. Tan diálogo que su Espíritu es nuestro espíritu.
No nos han bautizado para estar en una lista. No hemos asumido el bautismo para estar exentos de nada. Todo lo contrario: nos bautizaron porque ya Dios había tatuado nuestros nombres en su corazón; decidimos confirmarnos porque queríamos llegar al fondo de la fe, identificarnos con Jesús, el Cristo, y dejarnos invadir por su Espíritu de fuerza y de consuelo.
Es precisamente ese Espíritu el que debe guiarnos haciendo el bien y ayudando a los hermanos. Por el Espíritu de Jesús sabemos llevar a cabo nuestra misión, mantener viva nuestra esperanza, superar y vencer los miedos, fortalecer la comunión, celebrar con alegría y frescura, ser libres frente al mundo y a pesar de nuestras propias flaquezas. Con Jesús y por su Espíritu, todo el posible.
Ser cristianos, bautizados por el agua y el Espíritu, es el mejor servicio que podemos aportar a nuestro mundo, tan vacío de interioridad, tan incapacitado para el amor solidario y tan necesitado de esperanza.
Dios ha rasgado los cielos y ha descendido hasta nosotros, y su Palabra ha sido nuestra bendición. Sintámonos bendecidos en Jesús y dejemos a Dios estar con nosotros.