¿Qué buscáis? es una pregunta que posiblemente no esperaban escuchar quienes se acercaron a Jesús según el evangelio, pero que sí supieron responder: ¡Maestro!, ¿dónde vives?
Durante muchos domingos tendremos ocasión de escuchar a Jesús, conocerle y aprender de él, siendo beneficiados por su palabra, consolados por su gestos henchidos de humanidad y acogidos en la nueva realidad que anuncia y que se inicia con él, el Reino de Dios. Es el tiempo Ordinario, que se extiende por casi todo el año natural.
¡Qué buscamos! debiera ser una constante en nuestra actitud al ir y ver dónde Jesús se nos muestra, nos enseña y nos lleva hasta el Padre.
Y en ello intervienen muchas circunstancias, personas incluidas.
Hoy, sin ir más lejos, al tener en cuenta la realidad de las migraciones humanas se hace urgente la pregunta y hasta el clamor: qué buscamos.
A nuestra sociedad saturada de cosas y con hambre de sentido han llegado personas de otras culturas, religiones y etnias, que resuelven pequeños problemas domésticos de organización laboral y economía, pero nos plantean grandes retos que ya pensábamos superados: cómo acoger al extraño, cómo convivir con el diferente, qué ofrecer al que llega y qué aprender del desconocido.
Si renunciamos al rechazo de entrada, y abrimos la puerta sin condiciones, nos veremos sanamente cuestionados; porque quien llega, siendo pobre tiene riqueza; siendo necesitado, puede prestarnos ayuda; siendo inferior, tal vez nos descubra una superior manera de mirar la cosas y entender la vida y la humanidad. Y en medio de esta crisis de economía y de valores nos encontremos que no somos el ombligo del universo, sino unos pobres caminantes con los pies sucios, los miembros cansados, el corazón frío y el alma casi vacía.
Al descubrir que nuestros bolsillos, llenos no hace tanto, están ahora sin blanca, nos será mucho más fácil estar en vigilia, como Samuel, atentos a la voz que nos reclama; o, como Andrés y Pedro, dejar nuestras cosas para seguir a quien nos invita a seguirle y ver dónde mora y cómo es, de qué fuente de vida se alimenta y qué sueños de plenitud alberga para todos.
Sabemos de quién se trata, porque en esto ya no somos nuevos. Es Jesús de Nazaret, es el Señor resucitado; es el Hijo de Dios vivo, el Viviente que da vida; es el Cordero de Dios que viene a nosotros en debilidad y sin hacer fuerza a nadie; es el amigo que está a nuestra puerta esperando que le abramos, para entrar y sentarse a nuestra mesa; es el rostro humano del amor que Dios nos tiene.
Es el Dios celoso que nos quiere todo para él, y nada nuestro desprecia ni permite que le sea ajeno. Nos ha comprado pagando un alto precio y somos propiedad suya, en cuerpo y alma.
Hoy nos llama. Si nosotros respondemos, nos sentiremos atraídos por su persona; se abrirá un horizonte nuevo en nuestra vida; aprenderemos a vivir desde un Dios que quiere para nosotros lo mejor; nos irá liberando de engaños, miedos y egoísmos que nos están bloqueando.
En camino tras él comenzamos a recuperar la alegría y la sensibilidad hacia los que sufren. Empezamos a vivir con más verdad y generosidad, con más sentido y esperanza. En el encuentro con Jesús tendremos la sensación de que por fin viviremos la vida desde su raíz, pues comenzamos a vivir desde un Dios Bueno, más humano, más amigo y salvador que todas nuestras teorías. Todo empieza a ser diferente. Empieza para nosotros, empezaremos todos una vida nueva.