La Inmaculada Concepción de María


A veces en las noticias escuchamos que los servicios de limpieza han tenido que acudir a algún domicilio en el que vive una persona que padece “síndrome de Diógenes”. Las personas que lo sufren, además de otros trastornos, suelen mostrar un total rechazo hacia el cuidado de ellos mismos y la limpieza del hogar, llegando a acumular grandes cantidades de basura en sus domicilios. Y aunque pueden reunir grandes sumas de dinero en su casa o en el banco, no tienen conciencia de lo que poseen y viven en condiciones de pobreza. Yo he tenido esa dura experiencia de entrar, por sorpresa, en una casa así, de una persona de quien nunca llegué a sospecharlo.

También, quien más quien menos, hemos tenido conocimiento, incluso en la propia familia, de una persona maniática por la limpieza. Puede ser enloquecedor vivir junto a una persona así, que te hace pisar sobre periódicos para no manchar el piso, que te cohíbe cuando comes, o si usas el cuarto de baño, o te afea cómo vistes, por ejemplo. Esas casas relamidas; aderezadas sólo para ser contempladas, no habitadas; frías de puro limpias, que repelen más que otra cosa. Puro escaparate.

Entre la enfermedad de ser Diógenes y la manía de la limpieza, está la alegría de ser limpio. Y esto me recuerda casas humildes, de piso en tierra pero barridas, de cubiertos de madera, pero nobles; de puchero en la lumbre y sábanas tendidas al viento. Personas sencillas pero inmaculadas, con esa honradez que da la humildad, con el brillo que sólo se percibe en la pobreza. Y por encima de todo la alegría de vivir en plenitud dentro de lo justo, de no ansiar nada de cuanto el resto perseguimos, de compartir todo sin escatimar nada, porque no hay nada que atesorar.

La inmaculada concepción de María, dogma proclamado por la Iglesia en 1854, afirma que la madre de Jesús fue preservada de todo pecado antes de su concepción. Y yo no encuentro manera de imaginarme cómo pueda ser esto, porque mi vida no la entiendo sino envuelta en pecado. De la misma manera que tampoco puedo explicar cómo se pueda vivir sin respirar aire.

Pero puestos a decir algo, yo diría que, entre ser un Diógenes lleno de mierda, o tener una casa de spot publicitario, yo me inclino por ocupar una vivienda pobre pero aseada, sencilla pero ordenada, con lo justo pero compartida. Porque a Dios se debe que María fuera inmaculada en su concepción, pero a María se le reconoce que se mantuviera inmaculada con su fe en la palabra de Dios. De ella es la alegría, de Dios la mirada. Y de todos nosotros el deseo de ser fieles como María al Dios que nos salva.

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