Este domingo tercero de Adviento es conocido tradicionalmente como de “gaudete”, de júbilo, porque lo que estamos preparándonos para celebrar, se percibe como ya presente en nuestro hoy. Hoy se ve y se oye lo que el Reino de Dios significa, hoy ya Dios está con nosotros.
Esa es la respuesta que ofrece Jesús a los enviados de Juan, que vienen a preguntarle si es él el esperado, o no. Jesús no se presenta a sí mismo, ni siquiera se tiene en cuenta; sólo indica los signos que todo el mundo puede percibir, que hablan mucho mejor que las palabras.
Y Jesús está diciendo dos cosas: primera, que el Reino de Dios llega sanando los corazones enfermos y dolientes; segunda, que los pobres reciben una buena noticia.
Hoy somos los seguidores de Jesús los que somos preguntados, y nos vemos en la tesitura de dar una respuesta. Estaremos atinando si en lugar de hablar de nosotros y de la Iglesia, indicamos con el dedo cómo aquí y ahora nuestra comunidad es sanadora; es decir, es cada vez más un poco más cercana a los que sufren, más atenta a los enfermos más solos y desasistidos, más acogedora de los que necesitan ser escuchados y consolados, más presente en las desgracias de la gente. Se verá que tenemos una buena noticia para el mundo si en lugar de nuestras luchas y diferencias, lo que anunciamos de palabra y de obra es que Dios es Padre de todos, y que ya no hay distinción ni diferencia, todos igualmente dignos y libres; con una salvedad: que igual que en la familia los más débiles son los más tenidos en cuenta, entre nosotros los pobres han de ser nuestros predilectos, y conocer más de cerca sus problemas, atender sus necesidades, defender sus derechos, no dejarlos desamparados debe constituir nuestra mayor dedicación. Son ellos los primeros que han de escuchar y sentir la Buena Noticia de Dios.
Una comunidad de fe, como una parroquia, no es sólo un lugar de iniciación a la fe ni un espacio de celebración. Ha de ser, de muchas maneras, fuente de vida más sana, lugar de acogida y casa para quien necesita hogar.
Esa es la respuesta que ofrece Jesús a los enviados de Juan, que vienen a preguntarle si es él el esperado, o no. Jesús no se presenta a sí mismo, ni siquiera se tiene en cuenta; sólo indica los signos que todo el mundo puede percibir, que hablan mucho mejor que las palabras.
Y Jesús está diciendo dos cosas: primera, que el Reino de Dios llega sanando los corazones enfermos y dolientes; segunda, que los pobres reciben una buena noticia.
Hoy somos los seguidores de Jesús los que somos preguntados, y nos vemos en la tesitura de dar una respuesta. Estaremos atinando si en lugar de hablar de nosotros y de la Iglesia, indicamos con el dedo cómo aquí y ahora nuestra comunidad es sanadora; es decir, es cada vez más un poco más cercana a los que sufren, más atenta a los enfermos más solos y desasistidos, más acogedora de los que necesitan ser escuchados y consolados, más presente en las desgracias de la gente. Se verá que tenemos una buena noticia para el mundo si en lugar de nuestras luchas y diferencias, lo que anunciamos de palabra y de obra es que Dios es Padre de todos, y que ya no hay distinción ni diferencia, todos igualmente dignos y libres; con una salvedad: que igual que en la familia los más débiles son los más tenidos en cuenta, entre nosotros los pobres han de ser nuestros predilectos, y conocer más de cerca sus problemas, atender sus necesidades, defender sus derechos, no dejarlos desamparados debe constituir nuestra mayor dedicación. Son ellos los primeros que han de escuchar y sentir la Buena Noticia de Dios.
Una comunidad de fe, como una parroquia, no es sólo un lugar de iniciación a la fe ni un espacio de celebración. Ha de ser, de muchas maneras, fuente de vida más sana, lugar de acogida y casa para quien necesita hogar.