Nadie nos va a obligar a comer carne de cerdo, para poner a prueba nuestra fe. No tenemos, por tanto, ninguna posibilidad de ser mártires como lo fueron los siete hermanos del Libro de los Macabeos, que prefirieron perder la vida antes que quebrantar un mandamiento de Dios.
Tampoco va a venir nadie a decirnos que el día del juicio final está ahí mismo, y por tanto tampoco va a ser necesario que nadie nos recuerde que tenemos que trabajar y mantener el tipo durante mucho tiempo aún, como San Pablo; que para eso están las letras de la hipoteca, el precio de la gasolina y todos los demás compromisos económicos en que nos hemos embarcado casi de por vida.
Tal vez sí vengan los saduceos de este momento, los vividores de ahora y de siempre, a buscarnos las cosquillas como lo hicieron con Jesús: con lo buena que es esta vida, qué hacemos pensando en otra, que no hemos visto y de la que nadie ha vuelto para contarnos cómo es.
En la recta final del año litúrgico, nos hacen caer en la cuenta de que un artículo del credo que regularmente profesamos dice: “Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”.
El tema de la resurrección se plantea en el Libro de los Macabeos ante la muerte prematura de jóvenes guerreros por hacer profesión de su fe. ¿Qué va a ser de ellos, arrancados de forma violenta antes de haber dado frutos?
San Pablo tiene que corregir algunos errores sobre la inminente venida de Jesús. Algunos visionarios habían empezado a fantasear, incitando a dejar de trabajar, a la pasividad.
En el evangelio lo plantean los saduceos, vividores materialistas que defienden aprovechar las oportunidades ahora, porque después no hay nada. Por ello no tienen ningún interés en que cambien las cosas: ellos son ricos y viven bien, y los pobres al fin y al cabo seguirán explotados.
Hoy, pues, nos tocaría hablar del cielo.
Por el contrario, yo os propongo este otro tema: “El cielo puede esperar”. No es ninguna chirigota ni cosa parecida.
Jesús predica al Padre, que es Dios de vivos, no de muertos. Y llama bienaventurados a quienes abren bien sus ojos a la realidad en que viven, y ante esa realidad templan sus gaitas, y sufren y se esfuerzan y viven en verdad.
En este mundo debemos vivir la fe en nuestro Dios, que no es insensible al dolor y al sufrimiento de tanto ser maltratado.
Jesús afirma que las relaciones entre los creyentes ahora deben generar vida, respeto e igualdad. Y llama felices a quienes construyen en su realidad humana la realidad definitiva. Lo que el cielo sea se adelanta a lo que en el suelo buscamos y hacemos. Y tengamos esto bien presente: “Sólo queda el amor”.