Lectura del libro de Isaías (25, 6-10a)
6 Preparará el Señor del universo para
todos los pueblos,
en este monte, un festín de manjares suculentos,
un festín de vinos de solera;
manjares exquisitos, vinos refinados.
7 Y arrancará en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos,
el lienzo extendido sobre todas las naciones.
8 Aniquilará la muerte para siempre.
Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros,
y alejará del país el oprobio de su pueblo
—lo ha dicho el Señor—.
9 Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro
Dios.
Esperábamos en él y nos ha salvado.
Este es el Señor en quien esperamos.
Celebremos y gocemos con su salvación,
10 porque reposará sobre este monte la
mano del Señor».
Palabra de Dios.
Salmo responsorial [(22, 1-3a. 3b-4. 5. 6. (R/.: 6cd)]
R/. Habitaré
en la casa del Señor,
por años sin término.
V/. El
Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.
V/. Me
guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.
V/. Preparas
una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.
V/. Tu
bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por amor sin término. R/.
Lectura de la carta de san Pablo a los Filipenses (4, 12-14. 19-20)
Hermanos:
12 Sé vivir
en pobreza y abundancia. Estoy avezado en todo y para todo: a la hartura y al
hambre, a la abundancia y a la privación. 13 Todo lo puedo en aquel que me conforta. 14 En todo caso, hicisteis bien en
compartir mis tribulaciones.
19 En pago,
mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su
riqueza en Cristo Jesús.
20 A Dios,
nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios.
Aleluya (Cf. Ef 1, 17-18)
R/. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V/. El Padre de nuestro Señor
Jesucristo
ilumine los ojos de nuestro corazón,
para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llama. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (22, 1-14)
En aquel tiempo 1 volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a
los senadores del pueblo, diciendo:
2 «El reino
de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; 3 mandó a sus criados para que llamaran
a los convidados, pero no quisieron ir. 4 Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a
los convidados:
“Tengo preparado el banquete, he
matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”.
5 Pero ellos
no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, 6 los demás agarraron a los criados y
los maltrataron y los mataron.
7 El rey montó
en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron
fuego a la ciudad.
8 Luego dijo
a sus criados:
“La boda está preparada, pero los
convidados no se la merecían. 9 Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que
encontréis, llamadlos a la boda”.
10 Los
criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y
buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. 11 Cuando el rey entró a saludar a los
comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta 12 y le dijo:
“Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el
vestido de boda?”.
El otro no abrió la boca. 13 Entonces el rey dijo a los
servidores:
“Atadlo de pies y manos y arrojadlo
fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
14 Porque
muchos son los llamados, pero pocos los elegidos».
Palabra del Señor.
Homilía
El mensaje de las lecturas de hoy
tiene una acuciante actualidad. Dios llama a todos, hoy como ayer. La respuesta
de cada uno puede ser un sí o un no. Esa respuesta es la que marca la
diferencia entre unos y otros. Si preferimos las tierras o los negocios, quiere
decir que es eso lo que de verdead nos interesa. El banquete es el mismo para
todos, pero unos valoran más sus fincas y sus negocios y no les interesa. Todo
el evangelio es una invitación; si no respondemos que sí con nuestra vida,
estamos diciendo que no.
Cuando el texto dice que los
primeros invitados no se lo merecían, tiene razón, pero existe el peligro de
creer que los llamados en segunda convocatoria son los que lo merecían. El
centro del mensaje del evangelio está en que invitan a todos: malos y buenos.
Esto es lo que no terminamos de aceptar. Seguimos creyéndonos los elegidos, los
privilegiados, los buenos con derecho a excluir: “fuera de la Iglesia no hay
salvación”.
Como parábola, el punto de
inflexión está en rechazar la oferta. Nadie rechaza un banquete. Ojo a los
motivos de los primeros invitados para rechazar la oferta. La llamada a una
vida en profundidad queda ofuscada, entonces y ahora, por el hedonismo
superficial. El peligro está en tener oídos para los cantos de sirenas, y no
para la invitación que viene de lo hondo de nuestro ser que nos invita a una
plenitud humana. La clave está en descubrir lo que es bueno y separarlo de lo
que es aparentemente bueno.
No puede haber banquete, no puede
haber alegría, si alguno de los invitados tiene motivos para llorar. Solamente
cuando hayan desaparecido las lágrimas de todos los rostros, podremos sentarnos
a celebrar la gran fiesta. La realidad de nuestro mundo nos muestra muchas
lágrimas y sufrimiento causados por nuestro egoísmo. Seguimos empeñados en el
pequeño negocio de nuestra salvación individual, sin darnos cuenta de que una
salvación que no incorpora la salvación del otro, no es cristiana ni humana.
Dios no nos puede dar ni prometer
nada, porque ya nos lo ha dado todo. Nuestra propia existencia es ya el primer
don. Ese regalo está demasiado envuelto, podemos pasar toda la vida sin
descubrirlo. Esta es la cuestión que tenemos que dilucidar como cristianos. El
problema de los creyentes es que presentamos un regalo excelente en una
envoltura que da asco. No presentamos a la juventud un cristianismo que lleve a
la felicidad humana, más allá de las trampas en las que hoy caen precisamente
la mayoría de los jóvenes.
Efectivamente, es la mejor
noticia: Dios me invita a su mesa. Pero el no invitar a mi propia mesa a los
que pasan hambre, es la prueba de que no he aceptado su invitación. La
invitación no aceptada se volverá contra mí. Sigue siendo una trampa el
proyectar la fiesta, la alegría, la felicidad para el más allá. Nuestra
obligación es hacer de la vida, aquí y ahora, una fiesta para todos. Si no es
para todos, ¿quién puede alegrarse de verdad?
(Fray Marcos)