Después de escuchar esta parábola, tantas veces leída,
reflexionada, comentada en homilías y sermones, y, por qué no, también
utilizada en catequesis y celebraciones penitenciales, hoy podríamos ser un
poco originales y construir entre todos una segunda parte.
Jesús predicó el Reino de Dios contando esta parábola
a quienes le echaban en cara que trataba con cariño a los pecadores. Pero como
que la historia que narró necesita un final: ¿Qué pasó después de la fiesta que
el padre organizó para su hijo pequeño? Porque la fiesta tuvo que tener
consecuencias ¿no os parece?
Así que vamos a ver a los personajes de la parábola e
imaginar cómo reaccionarían.
1º El hijo pequeño.
Después de haber experimentado de todo fuera de casa,
y de haberlo pasado muy mal, en un mundo duro y cruel, tras la fiesta de
acogida asume sus propios fallos, elige lo que le hacer crecer y ser mejor.
Reconoce a su hermano mayor con sus cualidades y virtudes y es capaz de
analizar las consecuencias sociales de su comportamiento anterior. Se siente
agradecido porque se le ofrece una nueva oportunidad y está dispuesto a ser
responsable.
2º El hijo mayor.
Después de la fiesta por su hermano pequeño pasa a
ser menos cumplidor con las obligaciones y mucho más cuidadoso y servicial en
las tareas familiares, laborales y de tiempo libre. Quiere ser mucho más
comunicativo y mucho menos exigente con las fragilidades humanas. Entiende que
es mejor ir juntos que cada uno por su lado. Empieza a comprender a su padre,
que tiene unas entrañas amorosas.
3º El personal de la casa.
Todos han participado también de la fiesta. A ellos
también les ha llegado la alegría del encuentro. Ponen en funcionamiento las
mejores cualidades de cada uno para producir calidad de vida para todos: más
respeto, más justicia, más responsabilidad social y personal. Ya se valoran
unos a otros mucho más, y entre todos construyen espacios y momentos de
solidaridad.
4º El mundo de fuera de casa.
Ese mundo oscuro, violento e insolidario donde el
pequeño gastó su dinero también evoluciona, y casi ni lo reconocemos ya: las
personas son tratadas con respeto, todos tienen para comer y vestir porque la
riqueza no se acapara, y el tiempo libre y de ocio se emplea para la creación
cultural y artística, la comunicación entre las personas y los encuentros
plurales. Todo, la naturaleza, el arte, la conversación son ámbitos de
bienestar.
5º El padre.
Es el que más disfruta de todos los cambios ocurridos
dentro y fuera de casa. La vida cotidiana, el encuentro familiar, el trabajo de
cada día, la preocupación por los problemas de los otros lo envuelven todo de
dicha permanente. El padre mira contento cómo su casa es ahora de verdad “hogar”,
y afuera el mundo es de verdad “nuestro mundo”. Al fin se ha realizado su sueño.
Lo que nos importa es que también esto sea nuestro
sueño y así podamos decir de verdad que el Reino de Dios, que ya está aquí, es
nuestro más firme compromiso.