Hoy el evangelio nos ofrece una preciosa escena de encuentro de los discípulos con Jesús resucitado. Y ocurre en un momento cualquiera de la vida de aquellos pescadores, cuando vuelven después de una noche de trabajo inútil. No han cogido absolutamente nada. Y por el silencio sobre esto podemos pensar que no era infrecuente, que otras muchas veces las redes habrían subido tan vacías como entonces.
Jesús les aborda con una pregunta, «¿Muchachos tenéis pescado?», y ellos no le reconocen, pero le hacen caso y vuelven a echar el aparejo. Sólo caen en la cuenta de quien es cuando han conseguido una red a reventar de peces, ciento cincuenta y tres, muchísimos.
El diálogo posterior en torno al almuerzo, con pescado y pan, habla de gente viva que trajina la vida misma, y en la que Jesús es el personaje central, como no podía ser de otra manera.
Sin Jesús no hay nada; con Jesús todo el normal, hasta se come y hay fraternidad.
Sin Jesús no hay nada; con Jesús todo el normal, hasta se come y hay fraternidad.
Tiene este evangelio mucha relación con el acontecimiento celebrado esta mañana en nuestra ciudad. La beatificación del Padre Hoyos, que introdujo muy adentro en los vallisoletanos la devoción al Corazón de Jesús, nos habla de ese artículo de nuestro credo que decimos de corrido y como sin pensar, pero que aun siendo inconsciente, fundamenta nuestra fe. Jesús, es Dios verdadero, y es también hombre verdadero; el Verbo eterno se hizo carne, y esa carne, como la nuestra, es la misma que está resucitada.
Nos equivocaríamos los cristianos si pensáramos que la humanidad de Jesús no es como la nuestra; le estaríamos negando a Él y nos estaríamos traicionando a nosotros si renegáramos de una humanidad con defectos, débil, ignorante, mortal e impotente. Porque esa humanidad así de humana es la que asumió Dios para, y desde ella, hacernos a todos carne de divinidad.
Y aludo a D. Ricardo Blázquez, nuestro nuevo arzobispo, que ayer en la toma de posesión de su sede en Valladolid dijo: «El P. Bernardo Hoyos, que nació en Torrelobatón (Valladolid) el 21 de agosto de 1711 y murió en esta ciudad el día 29 de noviembre de 1735, a la edad de sólo 24 años, fue acompañado en el estudio de la devoción al Corazón de Jesús por el P. Agustín de Cardaveraz, que en la iglesia de San Antón de Bilbao tuvo la primera predicación en España sobre el Sagrado Corazón de Jesús. A la luz de su intenso trabajo de animación pastoral es llamado con razón el primer apóstol del Sagrado Corazón de Jesús en España. El Espíritu Santo (cf. Jn 7,38-39; 19,30; 20,22), como ha escrito Benedicto XVI, "armoniza el corazón de los creyentes con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como El los ha amado, cuando se puso a lavar los pies a sus discípulos (cf. Jn 13,1-13) y, sobre todo, cuando entregó su vida por todos (cf. Jn 13,1; 15,13). El Espíritu es también la fuerza que transforma el corazón de la comunidad eclesial para que sea en el mundo testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia". (Deus cáritas est, 19). El Corazón de Cristo, el corazón de los cristianos y el corazón de la Iglesia deben tener los mismos sentimientos. Dios es amor (1 Jn 4,8) y seremos nosotros compasivos en la medida en que recibamos el amor del Corazón traspasado de Cristo en la cruz (n. 17).»
Y termino casi por donde empecé. Solos, aquellos hombres apenas eran nada. Con Jesús no sólo obtienen pesca, sino que se llenan de sentido gestos simples como comer un trozo de pan y un pescado.
Y termino casi por donde empecé. Solos, aquellos hombres apenas eran nada. Con Jesús no sólo obtienen pesca, sino que se llenan de sentido gestos simples como comer un trozo de pan y un pescado.
Los cristianos no tenemos que pasar como los que más cosas hacen y los que mejor trabajan, que está muy bien. Los cristianos tenemos suficiente con reconocer a Jesús en el centro de nuestras vidas y cuidar mucho más y mejor nuestros encuentros con él. Sólo en él se alimenta nuestra fuerza evangelizadora.