Domingo 26º del Tiempo Ordinario


Hay todavía dentro de la Iglesia, y también fuera de ella, muchas personas que opinan que los creyentes en Jesús de Nazaret, el Cristo, debiéramos encerrarnos en las sacristías, y dejar los asuntos sociales, los que afectan a la totalidad de la población en manos de los entendidos. Hacer política. Este papa habla demasiado, sobreactúa incluso, parecen estar diciendo, ante sus gestos y sus discursos en público y frente a autoridades políticas y económicas.
Ante la estrechez de miras del comportamiento humano, el Espíritu de Dios actúa con una libertad y universalidad soberanas. Viene a decir la primera lectura de esta liturgia, domingo 26º del Tiempo Ordinario.
Por su parte, la Carta de Santiago que estamos leyendo en estos últimos domingos como segundo texto bíblico, afirma que el evangelio no es en absoluto un sermón neutral que consienta morales individuales caprichosas. El evangelio es una denuncia clara y rotunda de las desigualdades económicas y sociales, y no permite tener la conciencia tranquila ante la injusticia.
Finalmente, la lectura evangélica continúa con la enseñanza de Jesús a sus seguidores: hoy les advierte ante los exclusivismos y el escándalo de los sencillos.
Si de verdad creemos en la Buena Noticia que nos trajo Jesús de parte de Dios Padre con el fuego del Espíritu, de ninguna manera podemos retenerla y guardarla para nuestro uso y disfrute personal; requiere que la saquemos a la calle, en medio de la ciudad, y ahí la mostremos y nos mostremos a nosotros mismos como buena noticia para nuestra familia, para nuestros vecinos, para nuestros amigos, para todas las personas que hoy, o mañana, o cualquier día, se encuentren con nosotros. Incluso las estructuras políticas, económicas y sociales deben ser objeto de nuestra atención, preocupación y ocupación.

Domingo 25º del Tiempo Ordinario


La primera lectura de hoy, del libro de la Sabiduría, casi parece extraída del acerbo popular, de donde salen tantos proverbios y refranes: Si nuestro mundo estuviera habitado por personas buenas-buenas y malas-malas, las malas querrían poner a Dios en el trance de tener que dar la cara por las buenas. De la otra parte, la persona que está llamada a ser justa sólo debe preocuparse de llevar una vida honrada y confiar en Dios.
Santiago, en la segunda lectura, no nos dice nada que no sepamos ya, pero lo dice con mucha claridad: el mal que existe en nuestro mundo no se debe a unos extraterrestres conocidos como demonios, sino a nuestra corrupción personal, social y política.
Finalmente, el evangelio continúa presentando a Jesús que enseña a sus discípulos las exigencias del Reino. Mientras, ellos discuten por los primeros puestos.
La radicalidad y contundencia con que Jesús habla de sí mismo en su enfrentamiento con el modo de pensar y los valores dominantes de este mundo las concreta en dos actitudes que sus seguidores han de atender y asumir:
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y servidor de todos». El discípulo de Jesús ha de renunciar a ambiciones, rangos, honores y vanidades. En su grupo nadie ha de pretender estar sobre los demás. Al contrario, ha de ocupar el último lugar, ponerse al nivel de quienes no tienen poder ni ostentan rango alguno. Y, desde ahí, ser como Jesús: «servidor de todos».
Y, la segunda: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí». Quien acoge a un «pequeño» está acogiendo al más «grande», a Jesús. Y quien acoge a Jesús está acogiendo al Padre que lo ha enviado.
Una Iglesia que acoge a los pequeños e indefensos está enseñando a acoger a Dios. Una Iglesia que mira hacia los grandes y se asocia con los poderosos de la tierra está pervirtiendo la Buena Noticia de Dios anunciada por Jesús.

Domingo 24º del Tiempo Ordinario


Jesús dirige a sus discípulos una pregunta que también llega a nosotros: ¿Quién decís que soy yo?
Tanto el libro de Isaías, en la primera lectura, como luego la carta de Santiago, nos ofrecen ayuda para responder. Pero es Jesús, en el evangelio, quien al corregir a Pedro nos da la clave única que debemos tener en cuenta: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará».
La Iglesia tiene un hermoso y completo tesoro doctrinal que se ha ido enriqueciendo a lo largo de los siglos, enraizado, como no podía ser de otro modo, en el Evangelio de Jesús. Pertenece a ese depósito de la fe una muy ajustada doctrinal social que hila fino fino en todo lo que se refiere a la convivencia de los pueblos y las personas, y sus circunstancias políticas, económicas, laborales y sociales. Pero es la gran desconocida, a pesar de que no me cabe duda de que es precisamente gente de Iglesia la que va a la delantera en el trabajo social y liberador en todo el mundo.
No nos confundamos. Predicar a Jesucristo no consiste en hacer que todo el mundo acate y se someta al poder de la Iglesia, de manera que las leyes civiles tengan que ajustarse a las religiosas. Anunciar a Jesús es buscarle en las personas concretas y reconocerle en los rostros de los seres humanos, de todos; pero especialmente en aquellos con los que él mismo se identificó: hambrientos, sedientos, forasteros, desnudos, enfermos, encarcelados. Llevar el Evangelio a estas personas es acogerlas, atenderlas, liberarlas. Tratarlas con la misericordia de Dios misericordioso.

Música Sí/No