Domingo 22º del Tiempo Ordinario


No debiéramos cansarnos de considerar y entender que la fe cristiana ha llegado hasta nosotros en forma de relato. Es decir, como experiencia vivida por generaciones pasadas en los hechos concretos de su historia, de un Dios que, sin forzar la realidad, está en ella.
Por tanto, mucho más que la letra en que nos llega, importa el espíritu que la inspira y anima. Mirar a lo de atrás para repetirlo es traicionar el mensaje, que se actualiza constantemente al servicio de la vida.
Eso es lo que echa en cara Jesús a los que se dicen cumplidores porque atienden a los ritos y observan al pie de la letra las tradiciones: Están olvidando el mandamiento de Dios, que no quiere que le honren con los labios sino con el corazón.
Nuestra responsabilidad como discípulos de Jesús y miembros de la Iglesia no es repetir el pasado, sino hacer posible en nuestros días la acogida de Jesucristo, sin ocultarlo ni oscurecerlo con tradiciones humanas, por muy venerables y arraigadas que puedan parecer.
La Carta de Santiago nos orienta adecuadamente para cumplir las palabras de Jesús: «La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo».
Vivir así es estar en permanente conversión a nuestro único Maestro y Señor, Jesucristo, desde unas comunidades cristianas fieles al Evangelio y adaptándolo al proyecto del reino de Dios en la sociedad contemporánea.

Domingo 21º del Tiempo Ordinario


Nuestra existencia como personas creyentes adquiere la plenitud de sentido cuando, ante la invitación de Dios a entrar en relación con nosotros, respondemos afirmativamente. El Pueblo de Israel tuvo que decidirse ante Dios, y lo hizo apoyándose en su propia experiencia. Alianza es la palabra que da la Sagrada Escritura a esta estrecha colaboración de Dios con su pueblo. Porque Dios y el ser humano se tratan de tú a tú, pactando casi como iguales.
Esa alianza de Dios con los seres humanos ordena también la forma en que han de convivir. San Pablo extrae consecuencias aplicables a la vida familiar. Y os pido que no entresaquéis frases o palabras de un texto que es amplio y profundo y dice mucho más en conjunto que por partes separadas.
La alianza con Dios no siempre es fácil como vemos en el evangelio de hoy, que concluye el discurso eucarístico de los últimos domingos.
Jesús percibe que sus palabras perturban a sus discípulos, que empiezan a dudar y a pensar que no es tan cómodo seguirlo. Que sería más llevadero dejarlo y tomar otro camino.
En este momento de la historia puede parecer que el Evangelio es agua pasada, y la fe y el compromiso por el Reino de Dios, anacrónica y vacía de sentido. Muchas personas, algunas muy cercanas, parece que no les interesa nuestra fe, han dejado de acompañarnos…
La pregunta de Jesús, -«¿Esto os hace vacilar?, ¿también vosotros queréis marcharos?»-, no pretende herirnos sino hacer más firme y consciente nuestra fe.
Pedro dará la respuesta creyente: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios».

Domingo 20º del Tiempo Ordinario


Continúa Jesús con su discurso sobre el pan de vida que venimos escuchando desde domingos anteriores.
Podemos escucharlo rutinariamente, y después ponernos a la fila, como de costumbre, para comulgarle una vez más, sin que se produzca en nosotros ningún cambio significativo.
Si fuera una decisión tomada con verdadera hambre de Jesús, buscando desde lo más profundo encontrarnos con Él, ansiando abrirnos a su Espíritu para que marque y potencie lo más noble y bueno que hay en nosotros, y luego dejarnos llevar dócilmente, interiorizaríamos sus actitudes más básicas y esenciales; encenderíamos en nosotros el instinto de vivir como él; despertaríamos nuestra conciencia de discípulos y seguidores para hacer de él el centro de nuestra vida. Sin cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio.
El texto evangélico es rotundo, casi agresivo: «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».
Ser como Jesús, vivir como Jesús, dar la vida como Jesús.

Domingo 19º del Tiempo Ordinario


En nuestra relación con Dios siempre estaremos tentados de inventarnos una vía espiritualista, en contraposición con la que consideramos simplemente material. El creador que nos ofrece mesa y alimento es el mismo que quiere entrar en intimidad con todos los seres creados desde las coordenadas en las que nos encontramos, nos movemos y manejamos. Aunque nos parezca un imposible, Dios es nuestro vecino, vive justo al lado y nos habla de cosas tan elementales como pan, hambre, mesa, solidaridad, y vida en plenitud, que no es la vida que tengamos tras la muerte sino acoger e imitar su humanización, aquí y ahora. Por eso son tan importantes los sentidos, porque necesitamos ver, oír, tocar, comer. La carne de Jesús, vida para el mundo, nos tiene que forzar a no despreciar la carne de nuestros hermanos. No existe otro camino para acercarnos a Dios sino el que él mismo ha seguido para acercarse a nosotros.

Domingo 18º del Tiempo Ordinario


Los judíos en el desierto confundieron a Dios, que les liberó de la esclavitud de Egipto, con un repartidor de alimento. Y confundieron a Jesús con el pan con que sació su hambre en medio del campo. Pero ni Dios ni él son pan de esa manera
Muchos buscaban a Jesús simplemente porque daba de comer, y, ciertamente, eso lo hacía siempre que podía, siempre que encontraba a personas con hambre y tenía algún pan a su alcance. Pero él sabía que el ser humano no vive sólo de pan, sino (y sobre todo) de palabra. Vino a dar palabra antes que pan (porque el pan vendrá por añadidura, si tenemos de verdad palabra, y dialogamos y sabemos compartir unos con los otros).
En un determinado momento, a las personas hay que darlas de comer (y, sobre todo, no hay que robarlas, quitándolas lo suyo e impidiéndolas que coman). Pero, al mismo tiempo, sabiendo que hay dar de comer (¡y dando de hecho, si es que hay hambre!) hay que ofrecer palabra, es decir, libertad y autonomía creadora, para que puedan así buscar el pan y aprendan a compartirlo (en un mundo donde mi libertad no consiste en tener yo todo lo que pueda a costa de los otros).
El tema es ¿quién y cómo puede alimentar de esa manera? Según el evangelio, la verdadera alimentación se logra sólo a través de la palabra y la justicia, allí donde los hombres y mujeres se hacen pan (como Jesús), dándose a sí mismos y viviendo de tal forma que los demás puedan acceder a la palabra y compartir también la comida. Pan de vida eterna no se refiere a la vida después de la muerte, sino a una vida nueva y distinta, que nos cambia aquí y ahora y cambia el mundo.

Música Sí/No