Domingo 34º del Tiempo Ordinario. Jesucristo, Rey del Universo


El lunes pasado, en catequesis, uno de los grupos trabajó con pinturas de colores y mucha ilusión un corazón para ofrecérselo a Jesús. ¡Qué mejor ofrenda para un amigo!
Los mayores solemos emplear esa palabra, corazón, para dirigirnos a la persona amada, indicando que la llevamos muy dentro y que a ella hemos entregado nuestro ser. Acogida y donación son el camino de ida y vuelta por el que los seres humanos realizamos eso que llamamos amor.
Por amor hacemos muchas locuras, hasta dejar de ser nosotros mismos, hasta ser totalmente otro. Eso es lo que los especialistas llaman vivir descentrados, o superar el egoísmo, o acceder a un plano nuevo de existencia.
Los cristianos hemos empezado la casa por arriba al recibir lo que en realidad es lo último en alcanzar, el bautismo. Así, pues, hemos de considerar que no estamos en la cima, sino en proceso, siempre en camino, para lograr identificarnos con quien reconocemos constituye el compendio de nuestras aspiraciones, el pleno desarrollo como ser humano, el colofón de lo que empezó desde el simple barro.
Que Dios sea todo para todos no es un deseo que podamos cumplir, no está en nuestras manos. Nos viene dado. Es Jesús, el Cristo, quien lo expresa y lo realiza. Por eso decimos que Jesús es el sacramento de Dios. Nadie como él, nada sin él.
Entregarle, pues, el corazón es querer estar en él, y que él esté en nosotros. Fundirnos con quien y en quien reconocemos es nuestro fundamento y nuestra meta.
Y entonces, los que ni conocen a Jesús ni están bautizados, ¿qué va a ser de ellos?
La respuesta nos la da el evangelista San Mateo en este precioso y tremendo párrafo que acabamos de proclamar. Quien actúe como lo hizo Jesús, no importa que no le conozca, está en su onda y es cristiano, aún sin saberlo.
Si los discípulos de Jesús en principio hemos de imitarle, llegará un momento en que actuaremos desde nuestro corazón, guiándonos por nuestros propios sentimientos. Serán nuestras entrañas las que, henchidas de misericordia, desborden hacia nuestros semejantes recibiendo y entregando el amor que se nos ha dado, haciéndolo universal e incondicional.
No habrá tal juicio en el futuro. Ese juicio está ocurriendo ahora, en el momento a momento de nuestra existencia. Ahí nos jugamos de verdad la vida.

Domingo 33º del Tiempo Ordinario


Entre las varias consideraciones que pueden hacerse respecto de estas palabras de Jesús, se me ocurre ahora esta pregunta, que puede parecer compleja, y que sin embargo creo muy sencilla de responder: ¿Valoramos lo que somos y tenemos o nos dejamos dominar por el miedo a la responsabilidad?
Alguien puede decir: precisamente porque soy consciente de lo mucho que vale lo que he recibido de Dios, he de conservarlo, aunque sea congelado. Así, cuando se me pida cuentas, podré mostrarlo tal cual se me entregó. En el frigorífico no ha sufrido merma.
Los que tenemos alguna experiencia doméstica, sabemos muy bien que los alimentos se conservan con bajas temperaturas durante un tiempo, pero que generalmente sufren pérdida de calidad. Y en muchos casos, se hacen tan insípidos y faltos de nutrientes, que en realidad no valen ya. En tanto que mantenidos al natural conservan sus cualidades, incluso las ganan; aunque puedan también estropearse.
Esta parábola de Jesús es una catequesis en toda regla que nos dice que no nos guardemos en conserva, sino que salgamos a la luz del día y trabajemos en serio, rindiendo todo lo que podamos.
Así luciremos como esa mujer hacendosa que describe el libro de los Proverbios. Del mismo modo esperaremos sin miedo la llegada del día del Señor, porque viviremos confiados, como dice San Pablo.
Y así, igualmente, estaremos haciendo del Evangelio de Jesús una buena noticia para todos, y no un tesoro ocultado para quienes realmente lo necesitan.
Que nuestra alegría sea contagiosa; que nuestro tiempo esté siempre disponible; que nuestras cosas sean de todos; que las demás personas no nos sean indiferentes; que seamos intrépidos y creativos; que el trabajo y el estudio sean vocación gozosa y no carga que agobia; que la prudencia no nos corte las alas; que la fe en Jesús y en nuestro Padre Dios no nos consienta mirar al mundo con recelo, sino con el amor con que Él lo mira.
Así lo hicieron Ignacio Ellacuría, Nacho Martín Baró, Segundo Montes, sus compañeros jesuitas y las dos empleadas de la universidad de San Salvador, cuya muerte violenta recordamos hoy. Ellos son un ejemplo de fe cristiana.

Música Sí/No