Domingo 17º del Tiempo Ordinario


Jesús estaba entusiasmado con el evangelio de Reino. Jesús vivía la alegría de saberse en manos de un Dios al que llamaba papá, Abba. Jesús veía en todo lo que le rodeaba la acción amorosa del Padre. Jesús estuvo en permanente conexión con ese Dios que hace salir su sol sobre malos y buenos. Y en todo estuvo pendiente de hacer su voluntad. ¿De dónde le vino todo eso? ¿Cómo lo aprendió? ¿Qué recorrido hizo a lo largo de su vida para llegar a ese convencimiento?
Los teólogos enseguida responden: Jesús tenía ciencia infusa, su mirada era la de Dios desde siempre.
Para muchos esa no es una contestación válida. ¿Para él tan fácil y tan difícil para nosotros? Va a resultar que Dios no nos quiere, o que no es tan bueno como se dice.
Pero no, eso no puede ser. Esa imagen de Dios es falsa, y a Jesús se le niega la humanidad.
A través de estas dos historias del evangelio, Jesús está indicando que hay que moverse, ser curiosos, indagar y buscar, escoger lo mejor, no quedarse con lo primero que salta a la vista.
Labradores ha habido multitud, que a duras penas han sobrevivido de su trabajo. Sólo quien ara más profundo, quien no se contenta con lo que ha recibido, quien explora y experimenta, puede dar con ese tesoro que se halla oculto.
Comerciantes también ha habido muchos, demasiados. La mayoría han pasado a la historia sin pena ni gloria. Quienes han salido en busca de un producto nuevo, una mercancía preciosa, capaz de revolucionar el mercado y atraer clientes han triunfado, y son conocidos.
Muchos cristianos vivimos una vida religiosa sin brillo ni entusiasmo. Siempre hemos sido así, porque así nos enseñaron.
También en tiempos del evangelio se creía así, por tradición, como una rutina. Pero Jesús quiere romper ese sino y apremia a la gente que le sigue a mirar con ojos nuevos, a vivir a corazón abierto, a mover los pies y las manos para no quedarse en la modorra y la apatía.
¡Cómo deseaba el comerciante aquella hermosa perla! ¡Cómo se movió el labrador para hacerse con aquel tesoro!
¿Deseamos a Dios? ¡Si ya lo tenemos! Puede responder alguien. ¿En que se manifiesta? Podemos preguntarnos. ¿Dónde está la alegría, dónde el entusiasmo, qué tipo de convencimiento es el nuestro?
Cuentan de un discípulo que fue en busca de su maestro y le dijo: “Maestro yo quiero encontrar a Dios” Y un día en que el joven se bañaba en el mar, el maestro le agarró por la cabeza y se la metió bajo el agua unos instantes, hasta que el muchacho desesperado, en un supremo esfuerzo logró salir a flote. Entonces el maestro le preguntó: “¿Qué era lo que más deseabas al encontrarte sin respiración?” “Aire”, contestó el discípulo. “Cuando desees a Dios de la misma manera lo encontrarás”
Cuando busquemos a Dios con la misma convicción y con sencillez, cuando tengamos necesidad de él y nos pongamos a buscarlo, él se nos hará presente y sentiremos su cercanía y su presencia a nuestro lado.
Pidamos al Padre la gracia de disfrutar del gran don de la fe.

Domingo 16º del Tiempo Ordinario


Hemos oído a Jesús narrar estas tres parábolas, sencillas historias con las que nos alecciona a los cristianos de todos los tiempos y nos enseña cómo somos, cómo es nuestra historia humana y cómo es Dios.
Por poco reflexivos que seamos, nos sentiremos reflejados en estas hermosas parábolas. Somos trigo y cizaña, hay en nosotros mezcla de bondad y maldad, de sentimientos buenos y perversos, dulces y agrios al tiempo. Y no podemos separarnos, como tampoco podemos separar a los otros. Así somos y así es nuestro mundo y nuestra gente.
Pero Dios es paciente. No sólo no tiene prisa en hacer las cosas, es que tampoco quiere ser tajante y llevar su juicio hasta las últimas consecuencias de condena.
La justicia y la fuerza de Dios no están en la línea del castigo sino de la enseñanza y de la indulgencia hacia todos los pueblos, para que le descubran a él como al único Dios salvador.
La paciencia de Dios con los hombres y los pueblos de la primera parábola llena de sentido a las otras dos. Dios es paciente, y nos enseña a cargarnos de paciencia:
- Paciencia para no emitir juicios prematuros e impedir que nos arrastre la cultura de las prisas.
- Paciencia para no perder del todo el miedo a equivocarnos.
- Paciencia frente a una realidad tozuda que se resiste a cambiar, y que va a necesitar mucha reflexión e insistencia.
- Paciencia para descubrir el ritmo de la vida, y nos haga ser al mismo tiempo justos y humanos.
- Paciencia, porque los esfuerzos, por intensos y persistentes que sean, siempre serán pequeños, como el grano de mostaza.
- Paciencia, porque nada de lo que hagamos se perderá, sino que como la levadura sobre la masa, terminará por fermentar y realizar su obra.
En nuestra sociedad, -y también en la Iglesia-, han existido siempre intentonas de resolver los conflictos con la erradicación de los otros, como si se tratara de una película de buenos buenos y malos malos; estas tres parábolas están enjaretadas así precisamente para prevenir contra un juicio apresurado de condena irremediable, y orientar siempre el juicio hacia la comprensión, la indulgencia y el respeto ante cualquier otro modo de pensar y de obrar. Es decir, ser pacientes y misericordiosos como Dios, el Señor, es paciente con nosotros.

Domingo 15º del Tiempo Ordinario


El lenguaje en parábolas, del que Jesús tanto gustaba, tiene la capacidad de sugerir lecturas diversas, porque deja que sea el oyente quien las interprete finalmente. Así, en la parábola del sembrador que acabamos de escuchar, cabe pensar que el sembrador estuvo poco acertado en su tarea y que su esfuerzo fue bastante estéril; pero cabe decir también que las tensiones y dificultades del momento ahogarán muchos esfuerzos. ¿No nos ocurre así a nosotros en nuestras tareas cotidianas? En cualquier caso, y eso sí lo quiere dejar claro Jesús, el presente, a pesar de su problemática apariencia, tiene el germen del futuro, porque habrá cosecha.
Los ojos de Jesús parecen muy abiertos. Sabe que se agotarán muchos de los trabajos del sembrador, pero también conoce la misteriosa potencialidad de las acciones humanas, que hacer crecer la vida sin que se sepa bien cómo. Habrá cosecha a pesar de las incontables pérdidas que inevitablemente se producirán.
Este lenguaje de Jesús tiene la habilidad de hacer creer que el futuro es posible y que las salidas son muchas, y es un potente antídoto contra el fatalismo: nunca hay que contentarse con lo evidente; la vida es misteriosa y sorprendente y nosotros poseemos capacidades que ni siquiera sospechamos. El oyente interpreta y queda tocado por la esperanza.
Una posible interpretación, entre las muchas que se han hecho y se seguirán haciendo, es el de la tierra buena; hay que ser tierra buena para que la palabra fructifique. Curiosamente esta es la que más puntos ha recibido en la historia de la Iglesia. Está bien, siempre que no anule otras, igualmente válidas.
Porque Jesús, en lo que insistió es en el carácter misterioso de la semilla, que va a seguir cayendo porque el sembrador reanuda su tarea una y otra vez, y por lo tanto, más que advertencia sobre nuestra inconstancia y falta de escucha, es un mensaje alentador a seguir sembrando y confiando. Nosotros seguiremos escuchándolo en los domingos que siguen, y nuestra oración al Padre ha de ir en la línea de pedir que nos transforme en tierra cálida y acogedora, pero también de pedir su siembra, su palabra, su mensaje.

Domingo 14º del Tiempo Ordinario


Esta es una de las oraciones más hermosas de Jesús en los evangelios. Tiene como contexto la incomprensión con que los dirigentes judíos y el pueblo en general está acogiendo el mensaje del Reino. Jesús va experimentando que los jefes del pueblo no admiten su oferta sobre todo porque tiene un componente universalista, además de percibir que, de algún modo, va contra sus intereses económicos.
Tampoco el pueblo queda entusiasmado por su propuesta de vida, porque ve que las cosas no se le van a dar sin esfuerzo, en un intento de ahorrarse toda responsabilidad.
Solamente “la gente sencilla”, los que buscan sobrevivir con dignidad y generar comunión de vida con los más débiles, solamente los preocupados por el bien de los otros son los que se acercan a Jesús.
A esos se les van revelando los secretos del Reino, y Jesús se alegra por esos pocos sencillos.
Nuestro mundo abunda en “cansados y agobiados”; multitudes excluidas del sistema, cuya existencia es irrelevante porque no aportan nada al bolsillo de los poderosos. A esos es a quienes tiene que llegar el mensaje, la buena nueva de nuestra fe.
Y si aún no ha llegado a ellos, es menester que nos preguntemos por qué.
Los maestros judíos de la Ley decían que “un hombre ignorante no podía ser piadoso”. Y Jesús, por el contrario, se rodeó de pobres, analfabetos y miserables, que escuchaban sus palabras como liberación no como carga, como gozo no como imposición.
No seamos nosotros de los que cansan y agobian, sino de los que aligeran y hacen llevadera la vida de los demás.

Música Sí/No