Domingo después de la Natividad. La Sagrada Familia


Los más mayores recordaréis un librito, casi minúsculo, que servía de guía de piedad y de ejemplo para la vida cristiana hace ya un tiempo: De la imitación de Cristo, el Kempis. De entonces acá hemos pasado a predicar en homilías y catequesis sobre el seguimiento de Jesús, es decir, cómo ser fieles a quien nos hace sus discípulos y cómo caminar tras sus pasos.
De la misma manera deberíamos entender que si antes la Sagrada Familia nos fue ofrecida como modelo a imitar, ahora debiéramos aspirar a ser familia cristiana inspirada en Jesús, como lo fue aquella otra familia de Nazaret.
Porque no se trata de repetir imitando o calcando, saltando por encima del tiempo y de la diversidad de usos y costumbres, como si nada se hubiera movido a lo largo de los siglos; sino de discernir qué valores y actitudes de aquella familia son válidos para ahora y constituyen los signos de identidad de una familia que está en el seguimiento de Jesús.
¿Cómo es una familia según el Evangelio de Jesús? Dando sólo a modo de pinceladas, y que cada cual lo desarrolle luego personal y familiarmente:
1 La familia tiene origen en el amor creador de Dios. Por tanto es fuente de amor libre y gratuito.
2 Los padres se convierten en fuente de vida nueva por el amor que mutuamente se tienen. El amor es fecundo y creador.
3 Los hijos son regalo y responsabilidad, reto difícil y satisfacción incomparable.
4 Una familia cristiana trata de vivir una experiencia original en medio de la sociedad actual, indiferente y agnóstica: es Jesús y el Reino el eje, quien alienta, sostiene y orienta la vida sana de la familia.
5 El hogar se convierte entonces en un espacio privilegiado para vivir las experiencias más básicas de la fe cristiana y la familia es en verdad iglesia doméstica.
6 En un hogar donde se vive a Jesús con fe sencilla, pero con pasión grande, crece una familia siempre acogedora; que no sólo deja crecer a las personas que la integran, sino que ella misma se agranda como espacio de relaciones y afectos humanas; y por supuesto está permanentemente abierta a la entera familia humana, sensible y solidaria ante el sufrimiento de las personas necesitadas.
Hoy la Iglesia se duele y lamenta por las familias que no se adecuan al estereotipo que cree fijado por la voluntad de Dios. Ahora muchas personas bautizadas se consideran arrinconadas y maltratadas por la Iglesia al no permanecer en el amor que sellaron con un sacramento o por ser fieles al amor que descubren que brota de sí mismas. Si la Iglesia además de maestra es también madre, urge que se muestre compasiva y misericordiosa, como lo es nuestro Padre Dios, el Abba de Jesús.

Natividad del Señor

Quienes ahora celebramos al Dios hecho niño en Belén somos los pastores de esta noche; y no importa si nos parecemos o no a aquellos desarrapados que en un descampado de Judea recibieron el anuncio angelical. Tampoco interesa qué están haciendo ahora los personajes importantes que habitan en los palacios y en los templos, donde se amasa todo el poder y la sacralidad que no se enteró de la primera navidad y hasta puede que tampoco de esta de ahora.
Es posible que ante la claridad de esta noche que nos envuelve, también nosotros sintamos temor; porque es lo más sagrado, sólo reservado a los selectos, lo que ahora nos aborda precisamente a nosotros, totalmente profanos, para notificarnos el misterio del Dios encarnado, Emmanuel, Dios-con-nosotros. Sí, aquel que sólo concebimos como lo que está allá lejos en lo alto, lo inalcanzable, lo inabarcable, lo inmenso, lo todopoderoso, viene y deja que lo veamos, lo toquemos, lo abracemos y percibamos su pequeñez e indefensión.
Dios se nos ha dado en un niño que nace en una cuadra y su mamá lo deposita sobre un pesebre. Su padre sólo puede estar ahí, haciendo compañía, junto con una mula y un buey.
Adoremos el misterio que pide nuestra atención, escuchemos el mensaje que nos trae. No exige nada de nuestra parte, nos visita porque sí; su amor se desarma por nosotros; tanto nos quiere que busca nuestra presencia, nuestra compañía.
No viene a pedirnos cuentas; sólo a decirnos que “la gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios”. Que es como decir, vuestra paz es mi gloria y alabanza; y pacificando, siendo ministros de la paz, os sumís en mi inmensidad amorosa.
Tendremos tiempo de hacer caso a San Pablo, que hoy va de consejero. Ahora vivamos la presencia de la Vida y celebremos con el profeta Isaías que “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” que es Maravilla de Consejero, el Príncipe de la Paz.

Domingo 4º de Adviento


Este diálogo entre mujeres -María e Isabel- que narra el evangelio, recuerda otro también entre mujeres, Rut y Noemí, en la primera parte de la Biblia. En ambos coloquios las cuatro mujeres se descentran para volcarse la una sobre la otra. Es la presencia de Dios la que convierte el egoísmo en pura entrega; es la disponibilidad como actitud en la vida la que Dios escoge para hacerse presente en la humanidad, donde el yo es tan fuerte que todo se lo apropia.
Una fila interminable de mujeres creyentes aparecen en la Sagrada Escritura hasta desembocar en María como colofón y ejemplo a seguir para colaborar con el proyecto salvador de Dios.
«Aquí estoy para hacer tu voluntad» es la frase central de la liturgia de este último domingo de adviento. Sólo cayendo fielmente rendido ante la llamada y la propuesta de Dios, es posible que la salvación nos alcance. Sólo aceptando, aunque no comprendamos el misterio que nos abraza, puede Dios intervenir en nuestra historia. Sólo vaciándonos de nosotros mismos, podemos dejarle espacio a Él.
«Aquí estoy para hacer tu voluntad» fue la actitud permanente de Jesús ante el Padre; no sólo cuando de pequeño se perdió entre los doctores, sino en todo momento en que le fue necesario afirmar su misión en esta tierra, y, especialmente, al final, ante el cáliz amargo que tuvo que beber.
Rut y Noemí, Isabel y María, pero María por excelencia encarna en sí misma esta actitud de su Jesús de total entrega y abandono en las manos de Dios: «Hágase en mí según tu palabra».
Sólo la fe posibilita a Dios-con-nosotros. Sólo creyendo es Navidad.
No la fe que sólo es creer cosas; sí la fe que es confianza, adhesión, entrega, docilidad, acogida, seguimiento…
No la fe que está sólo en la cabeza, como una idea aprendida y pocas veces rumiada; sí la fe que nos calienta el corazón y conmueve las entrañas. La fe que como si estuviéramos embarazados nos hace dar a luz la Luz.
No la fe que sólo sabe; sí la fe que nos pone en camino, manos a la obra, comprometidos e implicados; capaces de comprender, ir al encuentro y acoger porque nos dispone a ponernos en el lugar del otro, dentro de su piel o ante su vida.
Sólo la fe de quienes se fían de este Dios de entrañas misericordiosas hace Navidad.

Domingo 3º de Adviento. Fiesta Patronal

 
En el año 1984 la diócesis de Valladolid ya había decidido constituir en parroquia a la pequeña comunidad formada por la población de los barrios de La Cañada, Las Villas, San Adrián y fincas de los alrededores y que era desde unos años antes una coadjutoría de la Parroquia del Rosario. Cuando el entonces vicario general quiso saber qué título ponerla, nos preguntó. Tal vez nuestra respuesta no le convenció, o quizás supo él ver más en profundidad, porque era más sabio por su edad que por su erudición que era mucha. La puso bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe de Méjico, y así se aseguró de que con el tiempo no equivocáramos la derrota.
No nacimos vencidos, derrotados; al contrario, nos marcaron el rumbo y nos entregaron el mapa con el cual nos fuera imposible errar en nuestro destino.
María de Guadalupe, la virgen india, a la que muchos pueblos veneran y a la que millones de fieles invocan, sabe de distancias a salvar, idiomas a entender, razas y culturas a integrar. Con ella y por ella una multitud imposible de acotar sigue a Jesús desde su propia realidad, dando así ejemplo de que en la variedad y en la conjunción de lo diferente el Reino de Dios hace a todos iguales aunque seamos tan distintos.
La fe en Jesús, el nacido de María y del Espíritu, no exige hacer tabla rasa de nuestras particularidades, ni nos impone axiomas ante los que tengamos que anular nuestra razón y nuestra libertad. Sólo pide seguimiento.
Que la Virgen de Guadalupe sea nuestra patrona está diciendo que ella es también nuestra matrona, la que ha participado activamente en el alumbramiento de todos nosotros como comunidad de fe. No sólo es nuestra protectora y mediadora; es también y sobre todo la partera de Dios que le alaba por sus hijas e hijos bendecidos; que corre solícita hacia nosotros para acompañarnos y ayudarnos en cualquier circunstancia y necesidad; que está al tanto de nuestras penas y alegrías; que nos acompaña en la oración y la espera del Reino de Dios, en la acogida y en el salir al encuentro.
Esta parroquia lleva ya unos cuantos años de existencia. Ojala estemos consiguiendo, como María, peregrinar hacia el Padre sin dejar a nadie de lado, sin perder de vista el evangelio de Jesús, sin renunciar a ser Iglesia, sin despegar los pies de nuestra tierra.
¡Con María y por María de Guadalupe a Jesús, fruto bendito de su vientre de mujer!

Domingo 2º de Adviento

 
Juan, el último profeta, el mayor entre los nacidos de mujer en palabras de Jesús, lanza hoy su grito desde lo profundo del desierto de donde sale envuelto en desgarrada dignidad: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios».
Quienes le escuchaban recibían su mensaje con gran interés, porque hacía mucho que estaban esperando algo de ese estilo. Había pasado mucho tiempo, demasiado, desde que le fue entregada la promesa mesiánica al pueblo de Israel. Generaciones y generaciones se la habían transmitido de unas a otras. Juan, ahora, avisa que es inminente.
Pero nosotros nos topamos con el Bautista entre las palabras del profeta Baruc y la entrañable carta de San Pablo a su querida comunidad de Filipos.
Los cristianos de aquella primera iglesia ya viven en el presente de esa profecía gozosa porque Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que sobre él apareciese su gloria, el Dios-con-nosotros. Y viven de tal manera que Pablo no puede sino alegrarse y darle gracias a Dios.
Y reza por todos ellos, para que esa comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y sensibilidad para apreciar los valores. Así llegarán al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios.
Hoy, el apóstol Pablo si nos escribiera no dudo que pondría las mismas o parecidas palabras. Lo digo con humildad, pero con firmeza. Por encima o por debajo de los defectos que tenemos, de lo que todavía nos falta para ser dignos del nombre de santos, tal como celebrábamos ayer junto a María Inmaculada, no podemos dejar de ver que en nuestra actual situación, contra todo tipo de dificultades, discípulos de Jesús estamos entre todos haciendo Reino de Dios.
Y no sólo nosotros, también quienes no se consideran cristianos, ni siquiera religiosos. Todos estamos llevando esta situación con humanidad, y estamos apañándolas para que coma el hambriento, se vista el desnudo, sea acogido el expulsado y curado el enfermo abandonado.
Se mire por donde se mire hay tantas muestras de generosidad, de solidaridad, de sentimientos buenos y entrañables, que bien se puede decir que estamos dispuestos a hacer lo imposible, que estamos haciendo un nuevo cielo y una nueva tierra.
Demos gracias a Dios que ha hecho ver que hay otra justicia, la suya, tan diferente y distante de esta otra que es venal, mercancía que se compra y que se vende, instrumento para oprimir, nunca para liberar.
Como a aquel personaje del evangelio que entendió que el culto a Dios estaba íntimamente unido con el buen hacer hacia el hermano, Jesús hoy nos diría: En verdad, no estáis lejos del reino de los cielos.

Domingo 1º de Adviento


Comienza el adviento, tiempo de esperanza. ¿Esperanza por qué? Debe ser porque viene el amor, el único capaz de suscitar esperanza. La primera parte del adviento celebra que aquel Jesús, que un día nació en Belén y volvió al cielo, vendrá de nuevo para juzgar a vivos y muertos. Los juicios siempre dan un poco de miedo. Pero el evangelio de hoy, primer domingo de este adviento, tras describir la segunda venida del Señor en términos cósmicos, como si la tierra tuviera que volverse del revés, anuncia a los creyentes: “cuando esto suceda, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación”. No hay que tener ningún miedo: se acerca la liberación. Debe ser que viene el amor.
La segunda parte del adviento dirige nuestra mirada a la primera venida del Señor, a su nacimiento en Belén. Allí un ángel anunció a los pastores tan buena nueva. Y los pastores “se llenaron de temor”. Pero el ángel les dijo: no temáis, ha nacido un Salvador. Tampoco entonces había motivos para el miedo, porque venía la salvación, otra palabra para designar la liberación. Venía el amor. Y entre estas dos venidas, la primera que ya ocurrió y la última que todavía esperamos, nosotros, los cristianos, ante tantas personas desalentadas y temerosas, porque han perdido el trabajo, o porque la vida ya no les sonríe, estamos llamados a ofrecer esperanza. ¿Cómo? Por medio del amor.
Cuando nos encontramos con personas en situación difícil, la mejor manera de despertar su esperanza es acercarse a ellas, interesarse por su situación, tratar de comprender, compartir su indignación y ayudarles en la medida que podamos. Nosotros, como cristianos, como Iglesia, si queremos que la esperanza se convierta en una palabra llena de realismo y de verdad, debemos buscar gestos y palabras positivas, que denoten cercanía y comprensión. Hay que dejar de lado críticas, discursos negativos, recetas espirituales alejadas de la realidad. Hay que trabajar para que este adviento sea un motivo de esperanza para todos aquellos que se encuentren con nosotros. Para ello hace falta que esas personas se convenzan de que viene el amor. Nosotros debemos sur sus portadores y sus portavoces.
Martín Gelabert OP

Música Sí/No