Domingo 30º del Tiempo Ordinario



El evangelio que acabamos de escuchar es muy aleccionador para todos los que venimos a celebrar la eucaristía y tratamos de vivir como cristianos.

Por un lado tenemos a un hombre al borde del camino, tal vez en la cuneta, que sabe de su ceguera y que espera el paso de alguien que le pueda ayudar.

Por otro lado tenemos a la comitiva que acompaña a Jesús y todos cuantos han pasado anteriormente por aquel mismo lugar, que no han reparado en aquel mendigo, tal vez sea un estafador, un pedigüeño, o vete tú a saber, y han seguido de largo.

Y tenemos a Jesús, que está a todas. Aunque camina oye las voces del ciego. Se para, le llama, le pregunta y le cura.

Todos nosotros podemos ser de los que caminan por el sendero o de los que están tirados al borde o ambas cosas, según momentos y circunstancias. En cualquier caso, debemos aprender que:

1. si oímos a alguien pedir ayuda, no podemos hacernos los sordos;

2. si tenemos alguna necesidad, no debemos no gritar pidiendo ayuda;

3. la fe siempre salva, porque nuestra fe cristiana confía en Dios, pero también en los demás y en nosotros mismos.

4. Para terminar, hay una cuarta lección: ser agradecidos. Ni Dios está obligado hacia nosotros, ni nosotros tenemos ningún derecho a exigir. La gratuidad es central es la fe y en la vida. Jesús no fuerza al ciego a proclamar su fe, pero tampoco el ciego hace alarde de su religiosidad para reclamar la curación.

Cuando se hace la luz, descubrimos lo que verdaderamente vale la pena, y, como el ciego del camino, lo más natural es que sigamos a quien ha hecho cosas grandes por nosotros.

Domingo 29º del Tiempo Ordinario


Nunca viene su nombre en los periódicos. Nadie les cede el paso en lugar alguno. No tienen títulos ni cuentas corrientes envidiables, pero son grandes. No poseen muchas riquezas, pero tienen algo que no se puede comprar con dinero: bondad, capacidad de acogida, ternura y compasión hacia el necesitado.

Hombres y mujeres del montón, gentes de a pie a los que apenas valora nadie, pero que van pasando por la vida poniendo amor y cariño a su alrededor. Personas sencillas y buenas que solo saben vivir echando una mano y haciendo el bien.

Gentes que no conocen el orgullo ni tienen grandes pretensiones. Hombres y mujeres a los que se les encuentra en el momento oportuno, cuando se necesita la palabra de ánimo, la mirada cordial, la mano cercana.

Padres sencillos y buenos que se toman tiempo para escuchar a sus hijos pequeños, responder a sus infinitas preguntas, disfrutar con sus juegos y descubrir de nuevo junto a ellos lo mejor de la vida.

Madres incansables que llenan el hogar de calor y alegría. Mujeres que no tienen precio, pues saben dar a sus hijos lo que más necesitan para enfrentarse confiadamente a su futuro.

Esposos que van madurando su amor día a día, aprendiendo a ceder, cuidando generosamente la felicidad del otro, perdonándose mutuamente en los mil pequeños roces de la vida.

Estas gentes desconocidas son los que hacen el mundo más habitable y la vida más humana. Ellos ponen un aire limpio y respirable en nuestra sociedad. De ellos ha dicho Jesús que son grandes porque viven al servicio de los demás. Ellos mismos no lo saben, pero gracias a sus vidas se abre paso en nuestras calles y hogares la energía más antigua y genuina: la energía del amor. En el desierto de este mundo, a veces tan inhóspito, donde solo parece crecer la rivalidad y el enfrentamiento, ellos son pequeños oasis en los que brota la amistad, la confianza y la mutua ayuda. No se pierden en discursos y teorías. Lo suyo es amar calladamente y prestar ayuda a quien lo necesite.

Es posible que nadie les agradezca nunca nada. Probablemente no se les harán grandes homenajes. Pero estos hombres y mujeres son grandes porque son humanos. Ahí está su grandeza. Ellos son los mejores seguidores de Jesús, pues viven haciendo un mundo más digno, como él. Sin saberlo, están abriendo caminos al reino de Dios.

Ellos y ellas son misioneros de la fe, y, añadidos a los que oficialmente reconoce la Iglesia, forman un enorme ejército de paz, que nos asegura que un mundo mejor es posible y realizable, por supuesto con la gracia de Dios. 


José Antonio Pagola. El camino abierto por Jesús. Marcos (199-201)

Domingo 28º del Tiempo Ordinario


Se dice que todo tiene un precio; que todos lo tenemos. Y puede que al oírlo nos sintamos molestos, en la suposición de que nos metalizan, que pretenden convertirnos en calderilla. Luego, después de darlo vueltas, convenimos en que sí, que lo tenemos, que todo tiene su precio.
No necesariamente es dinero, aunque en la justicia humana al final se traduce en dinero cualquier reivindicación, toda sentencia favorable.
Los amigos de Jesús le preguntan en el evangelio de hoy qué van a ganar ellos por seguirlo. Han dejado todo, o casi, y algo esperan lograr a cambio. Jesús les responde que si han dejado casa, familia, trabajo, recibirán centuplicado casas, familias, trabajos… Y dice al final, y no en letra pequeña precisamente, con persecuciones. Esto en esta vida, en la otra mucho más.
Nadie olvida la pretensión de aquellos otros que ansiaban puestos de ministros cuando el Mesías triunfara. Las palabras de Jesús, al responderles, no se olvidaron pero se empequeñecieron; tanto, que casi nadie las lee: ¿estáis dispuestos a beber el cáliz que yo he de beber?
Hoy se acerca a Jesús un joven que también espera su premio. Ha cumplido la ley, ¿qué más puede hacer para ganarse la vida eterna? En el diálogo, Jesús comprueba que el joven no ha sido mala persona: ni robó, ni mató, ni mintió, ni difamó. ¿No ser mala persona es ser buena persona? Es rico. No sólo es rico; tiene riquezas en un mundo en que los bienes no están repartidos con el amor que Dios ha puesto en todo; es rico en tanto que otras muchas personas son pobres. No carece de nada mientras tantos carecen de lo más imprescindible. No robó, luego la riqueza la heredó o la ganó en un cierto tipo de suerte que le es negada al resto. Jesús le pide generosidad, desprendimiento.
No le dice que renuncie a nada, sino que abra su mirada. Sólo si mira como Dios lo hace, tiene cabida en el Reino de los Cielos.
¿Qué hace Dios cuando mira? Jesús lo hace constantemente, según los evangelios: mirar el sufrimiento, ver la injusticia, llorar ante la marginación de tantas personas indefensas, mujeres, niños, ancianos, campesinos expoliados, ciudadanos dominados por un invasor, trabajadores explotados.
Sólo le pide al joven que mire así, y entonces verá qué hacer con sus riquezas.
Sí, hay un precio para todo y para todos. Lo malo es que nosotros queremos vendernos muy caros, y comprar muy barato. Y al cielo no se va de esa manera, no podemos.
Hoy la Palabra de Dios, viva y eficaz, tajante como una espada, penetrante hasta lo más íntimo del ser humano, juzga nuestros deseos e intenciones, y nos pone ante la realidad que vivimos. Y ahí nos pregunta: ¿qué estás haciendo? Y cuando le empezamos a responder con la lista de nuestros méritos que ponen en valor y precio nuestra existencia, él da un paso más y vuelve a preguntar: ¿qué estás haciendo por tu hermano?
Si nuestra riqueza nos ciega para ver al prójimo como hermano nuestro e hijo de Dios también, y nuestro corazón se niega a la misericordia porque nuestras entrañas no se conmueven como se conmueve Dios, entonces Jesús se quedará sin nosotros, porque nosotros habremos optado por el dinero, dejando a Dios de lado.
Pidamos a Dios sabiduría para elegir lo mejor, seamos sabios para no poner nuestro destino en riesgo de bancarrota. No podemos engañar a Dios, cuya mirada todo lo penetra, y ante quien hemos de rendir cuentas, pronto o tarde, pero con toda seguridad.
¿Nos salvaremos? Preguntan los discípulos a Jesús. Pero a Jesús eso no le da quebraderos de cabeza. Sólo quiere que confiemos en Dios y que miremos con su misma mirada. Desde ahí, todo es diferente.

Domingo 27º del Tiempo Ordinario

 
A veces me da por pensar que si Jesús hubiera caído en la cuenta de la forma en que íbamos a interpretar sus palabras y de las consecuencias que se derivarían de ello, habría callado o hablado mucho menos. Esto os lo digo a vosotros en plan de absoluta confianza y confidencialidad. Que no salgan de este lugar.
Pero lo sabía, vaya si lo sabía; aún así no se calló. Al contrario, habló con ocasión y sin ella, y lo hizo bien alto y claramente. Como en el evangelio de hoy.
Le preguntan si es lícito al marido repudiar a su mujer. No porque quieran aprender, sino para pillarle. Y Jesús les va a contestar, pero respondiendo al estilo del Reino de Dios, en cuyo cielo ya no habrá ni maridos ni mujeres; aludiendo al principio del principio, donde Dios creador previó que el ser humano no estuviera solo.
En ese proyecto inicial de Dios, que crea cosas y animales, el ser humano ocupa un puesto muy especial: en él se mira Dios a sí mismo, e imprime su propia imagen. Así Adán y Eva no van a ser unos animales más, que hayan de asegurar la supervivencia de la propia especie multiplicándose como el resto de seres vivos; sino la proyección o encarnación de Dios en la realidad creada: una sola carne, unidad en la diferencia, semejanza en la alteridad, relación por religación.
Jesús no dice que haya derecho al repudio; sino que si el varón puede repudiar a la mujer, también la mujer puede repudiar al marido. Pero en ambos casos, varón y mujer estarían rompiendo la unidad que son, su propia carne, lo que Dios ha querido que fueran.
El gesto con los niños termina por completar la explicación. Niños y mujeres entonces pintaban tan poco que simplemente no eran tenidos en cuenta. Las mujeres en la cocina y los niños lejos de los mayores; aquellas sin poder ejercer autonomía, éstos una molestia que poco o nada cuenta.
Al unirlos Jesús en su respuesta está diciendo que para Dios los últimos son los preferidos. Las mujeres, repudiadas o por repudiar, y los niños mantenidos alejados son para Jesús la concreción de lo que Dios más ama. Y con su cercanía hacia las personas que aquella sociedad marginaba, -enfermos, mujeres, pecadores, Zaqueo, la adúltera, María Magdalena…-, da signos claros de que él ha venido para estar entre los últimos, para rescatar lo que estaba perdido, para ocupar el puesto de los servidores, porque servir es la actitud y el valor que hace no sólo posible, sino real el mundo nuevo que él denomina Reino de Dios.
Como los discípulos que le regañaban, también nosotros podemos sentirnos molestos con Jesús que dejaba que los niños se le subieran encima. Pero él nos dice una vez más, y muy seriamente: -«Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no estará en él».

Música Sí/No