Domingo 4º del Tiempo Ordinario



Según el evangelio de Marcos que estamos siguiendo en este ciclo litúrgico, la primera actuación en público de Jesús es la liberación de un hombre poseído por el mal. Se trata de una escena narrada con todo lujo de detalles, y que nos presenta bien a las claras que Jesús viene en el nombre de Dios para sanar y liberar a los seres humanos. A partir de ese momento ya no hay lugar para el temor, porque el Dios que Jesús proclama ni es opresor, ni es vengativo, ni es juez implacable y ciego. Es un Dios amor, es Padre/Madre que espera, acoge, perdona y reintegra en la propia dignidad.

Si esto es así, también está muy claro que el mal no es una invención, una idea que nos sirva para justificar que el mundo no sea perfecto; sino una realidad cruel, que atenaza y a veces incluso coarta nuestra libertad, invadiéndolo absolutamente todo de cuanto humanamente no es propio. Está en todas partes y todo lo mancilla.

Como Jesús, el cristiano está llamado también a luchar contra el mal, en todas sus formas, en toda ocasión, allá donde se manifieste. El poder curativo y sanador de Jesús nos ha sido dado también a nosotros, desde el Bautismo. Por ello, y sin entrar a discutir las palabras del apóstol Pablo, que siguen siendo aún hoy día costumbre y pensar dentro de la Iglesia, voy a insistir en la igual dignidad de todo bautizado, sea casado o soltero, laico o religioso, para llevar adelante la tarea del Reino, anunciando el amor de Dios y sanando los cuerpos y las almas heridos por el mal.

Dice el concilio Vaticano II: “Los fieles todos, de cualquier condición y estado que sean, fortalecidos por tantos y tan poderosos medios, los sacramentos, son llamados por Dios, cada uno por su camino, a la perfección de la santidad, por las que el mismo Padre es perfecto” (Lumen Gentium 11).

Cada cual, según la llamada y los dones que ha recibido, está capacitado para construir y anunciar el Reino de Dios. Y la primera acción en este empeño consiste en descubrir, denunciar y combatir el mal, que esclaviza al ser humano.

Cada uno de nosotros puede pensar con sinceridad y responsabilidad cómo el Señor le invita a colaborar en su potestad de luchar contra los espíritus inmundos. Nuestro tiempo también necesita que se hable y se actúe con autoridad. No llegaremos al corazón de nuestros hermanos repitiendo algo simplemente aprendido de memoria, sino haciendo que el estilo de vida de Jesús sea también nuestro propio estilo de vida.

Domingo 3º del Tiempo Ordinario


¿Vale la pena anunciar el fin del mundo si después Dios no mantiene su promesa, no lleva adelante sus amenazas, y expone a su profeta Jonás a hacer el ridículo frente a unos desvergonzados?

¿Va a resultar que Dios es un tramposo, y que lo que importa al fin y a la postre es vivir como si no viviéramos, que dice San Pablo?

¿De qué va Dios, de bromas o de veras? ¿Nos toma el pelo Él, o sus predicadores? ¿No resultará al final que tanto decir cuidado con el lobo, venga por fin el lobo y sean ellos su presa?

Tengo que deciros que yo no sé a ciencia cierta si Dios va en serio o se pasa de bromista. Tampoco tengo claro si los predicadores que avisan tanto con el miedo saben bien lo que dicen. Empiezo a tener serias dudas cuando oigo en la Iglesia hablar como si el resto estuviera en el error.

Y lo mismo me pasa con lo de la semana de oración por la unidad de los cristianos, que concluye el próximo día 25. ¿Queremos o no queremos la unidad de las Iglesias? Llevamos pretendiéndola ya no sé cuántos años, y no parece que demos pasos en serio hacia ella.

Si me veis nadando en un mar lleno de dudas, rezad por mí, para que no me pierda. Pero atended a esto que digo y con lo que termino:

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a predicar el Evangelio de Dios. Y cuando Jesús vio cerca su final, dejó el encargo a sus amigos. O sea, que esto no tiene arreglo, y tras uno viene otro.

Cierran brutalmente la boca a este, y he ahí que aquel, inmediatamente, se pone a hablar todavía más fuerte. Neutralizado un individuo incómodo, insoportable, aparece un personaje todavía más peligroso. Sepultan a Juan en la oscuridad de una prisión, y Jesús comienza a patear los caminos, a la luz del sol, y a reclutar adeptos. Cuando todo parece volver a la tranquilidad, he ahí que se presenta uno que comienza de nuevo a quitar la paz. Se cierra el cerco, pero hay siempre algún clandestino, algún irregular, que sale fuera y pone todo en discusión. Como diciendo: la Palabra es incontenible, incontrolable, inasible.

Algo debe tener ese Dios del que no sé en qué plan va, y de quien muy poquita cosa puedo decir, porque no encuentro la manera de agarrarlo. Pero sí sé de Jesús y de otros muchos que por ese Dios iniciaron un camino extraño hacia un reino más extraño aún, que no parece que tengamos que buscarlo en el país de nunca jamás, sino aquí, en este mundo, entre nosotros, dentro de nosotros.

Termino:

«Me han hablado de un reino extraño
y del camino.
Extraño quiere decir feliz,
y camino no significa descanso.

¡Bienaventurados los que quieran caminos!
Que el sol del mediodía,
abrasando su piel,
no los haga detenerse.

Que no se espanten
del hambre y de la sed
cuando la ruta esté lejos
de las fuentes y los campos.

Felices los que no se detengan
en el hogar tranquilo
por causa de marchar
sin bolsa ni calzado.

Felices los que no temen
el polvo ni el barro,
y soportan las espinas
y piedras al pasar.

Felices los que sepan dar la mano
y el vestido y la comida,
y lo que sea necesario,
para que nadie quede solo.

Y no hay que hacerse ilusiones
de no cansarse,
porque nadie ha dicho nunca
que el camino sea leve.

A nadie se le ha prometido
encontrar gusto en ser pobre
y padecer hambre,
ni en ser perseguido,
ni en llorar.

Me han hablado de un reino extraño
y del camino.
Extraño quiere decir feliz,
y camino no significa descanso». (Josep Urdeix i Dordal)

Domingo 2º del Tiempo Ordinario


¿Qué buscáis? es una pregunta que posiblemente no esperaban escuchar quienes se acercaron a Jesús según el evangelio, pero que sí supieron responder: ¡Maestro!, ¿dónde vives?

Durante muchos domingos tendremos ocasión de escuchar a Jesús, conocerle y aprender de él, siendo beneficiados por su palabra, consolados por su gestos henchidos de humanidad y acogidos en la nueva realidad que anuncia y que se inicia con él, el Reino de Dios. Es el tiempo Ordinario, que se extiende por casi todo el año natural.

¡Qué buscamos! debiera ser una constante en nuestra actitud al ir y ver dónde Jesús se nos muestra, nos enseña y nos lleva hasta el Padre.

Y en ello intervienen muchas circunstancias, personas incluidas.

Hoy, sin ir más lejos, al tener en cuenta la realidad de las migraciones humanas se hace urgente la pregunta y hasta el clamor: qué buscamos.

A nuestra sociedad saturada de cosas y con hambre de sentido han llegado personas de otras culturas, religiones y etnias, que resuelven pequeños problemas domésticos de organización laboral y economía, pero nos plantean grandes retos que ya pensábamos superados: cómo acoger al extraño, cómo convivir con el diferente, qué ofrecer al que llega y qué aprender del desconocido.

Si renunciamos al rechazo de entrada, y abrimos la puerta sin condiciones, nos veremos sanamente cuestionados; porque quien llega, siendo pobre tiene riqueza; siendo necesitado, puede prestarnos ayuda; siendo inferior, tal vez nos descubra una superior manera de mirar la cosas y entender la vida y la humanidad. Y en medio de esta crisis de economía y de valores nos encontremos que no somos el ombligo del universo, sino unos pobres caminantes con los pies sucios, los miembros cansados, el corazón frío y el alma casi vacía.

Al descubrir que nuestros bolsillos, llenos no hace tanto, están ahora sin blanca, nos será mucho más fácil estar en vigilia, como Samuel, atentos a la voz que nos reclama; o, como Andrés y Pedro, dejar nuestras cosas para seguir a quien nos invita a seguirle y ver dónde mora y cómo es, de qué fuente de vida se alimenta y qué sueños de plenitud alberga para todos.

Sabemos de quién se trata, porque en esto ya no somos nuevos. Es Jesús de Nazaret, es el Señor resucitado; es el Hijo de Dios vivo, el Viviente que da vida; es el Cordero de Dios que viene a nosotros en debilidad y sin hacer fuerza a nadie; es el amigo que está a nuestra puerta esperando que le abramos, para entrar y sentarse a nuestra mesa; es el rostro humano del amor que Dios nos tiene.

Es el Dios celoso que nos quiere todo para él, y nada nuestro desprecia ni permite que le sea ajeno. Nos ha comprado pagando un alto precio y somos propiedad suya, en cuerpo y alma.

Hoy nos llama. Si nosotros respondemos, nos sentiremos atraídos por su persona; se abrirá un horizonte nuevo en nuestra vida; aprenderemos a vivir desde un Dios que quiere para nosotros lo mejor; nos irá liberando de engaños, miedos y egoísmos que nos están bloqueando.

En camino tras él comenzamos a recuperar la alegría y la sensibilidad hacia los que sufren. Empezamos a vivir con más verdad y generosidad, con más sentido y esperanza. En el encuentro con Jesús tendremos la sensación de que por fin viviremos la vida desde su raíz, pues comenzamos a vivir desde un Dios Bueno, más humano, más amigo y salvador que todas nuestras teorías. Todo empieza a ser diferente. Empieza para nosotros, empezaremos todos una vida nueva.

El Bautismo del Señor


Aunque hoy termina el tiempo litúrgico de Navidad, en realidad es ahora cuando empieza. Porque si de lo que se trata es de escuchar y seguir al Emmanuel, Dios-con-nosotros, es a partir de ahora cuando tenemos completa seguridad de quién es Jesús y para qué ha aparecido en esta tierra.

Creer en un Dios lejano y silencioso sería peor que no creer en nada; siendo ateos, sin Dios, al menos no tendríamos motivo para sentirnos huérfanos y temerosos.

Pero ocurre que creemos en el Dios cercano que habla. Tan cercano que es vecino y paisano. Tan diálogo que su Espíritu es nuestro espíritu.

No nos han bautizado para estar en una lista. No hemos asumido el bautismo para estar exentos de nada. Todo lo contrario: nos bautizaron porque ya Dios había tatuado nuestros nombres en su corazón; decidimos confirmarnos porque queríamos llegar al fondo de la fe, identificarnos con Jesús, el Cristo, y dejarnos invadir por su Espíritu de fuerza y de consuelo.

Es precisamente ese Espíritu el que debe guiarnos haciendo el bien y ayudando a los hermanos. Por el Espíritu de Jesús sabemos llevar a cabo nuestra misión, mantener viva nuestra esperanza, superar y vencer los miedos, fortalecer la comunión, celebrar con alegría y frescura, ser libres frente al mundo y a pesar de nuestras propias flaquezas. Con Jesús y por su Espíritu, todo el posible.

Ser cristianos, bautizados por el agua y el Espíritu, es el mejor servicio que podemos aportar a nuestro mundo, tan vacío de interioridad, tan incapacitado para el amor solidario y tan necesitado de esperanza.

Dios ha rasgado los cielos y ha descendido hasta nosotros, y su Palabra ha sido nuestra bendición. Sintámonos bendecidos en Jesús y dejemos a Dios estar con nosotros.

Música Sí/No