Domingo 26º del Tiempo Ordinario


Hoy tengo que ser breve, porque en cuanto terminemos voy a celebrar la despedida de Miguel Ángel Baz, sacerdote de esta diócesis, que deja la parroquia en la que ha estado 32 años y después de 51 de dedicación a la práctica pastoral.
Fue primero profesor mío, y luego compañero y maestro en esto de ser cura. De él aprendí los principios, me acompañó en el día de mi ordenación y hemos seguido unidos en el tiempo y a distancia, en los extremos opuestos de la ciudad. En la parroquia de Belén comenzó más o menos como yo aquí, desde cero o casi, y ahora que le toca por edad, ¡qué se yo en qué empleará el tiempo, que tareas y ganas no le faltarán!
Por eso voy a resaltar una sola idea, que dimana del evangelio: nosotros entendemos de distancias, de distintos, de los otros, de lo mío y lo de los demás… Jesús, no. Él es el mismo para todos, y todos son suyos, y no hace distinciones ni apartados.
Nuestro ego necesita alimentarse de ese tipo de cosas, crecer a costa de los demás, haciéndoles bien o mal, ayudándoles o entorpeciéndoles, creándonos amigos o enemigos.
Jesús, no. Su ego no existe. Sólo ocupa su vida, llenándola, el Padre, a quien llama Abba, y nosotros, todos y todas, y también el Reino de Dios. Y ocurre de tal manera esto que no aprecia su vida en nada, y la da. Nadie se la quita, la entrega en favor de todos.
Hoy quisiera decir, porque lo creo, que Miguel Ángel Baz se ha gastado también en el seguimiento de Jesús realizado en el trabajo pastoral.
Termino con palabras que él dirige a su comunidad de Belén en esta despedida:
«Hemos puesto el máximo interés en que nuestra Comunidad Cristiana fuera acogedora para con todo el mundo, inmigrantes y nativos, primero y cuarto mundo, y que los del barrio -creyentes o no- la sintieran como suya, se sintieran en ella como en familia. Queríamos una parroquia evangelizadora, en clave liberadora, con espíritu renovador, según el Vaticano II, anunciadora del AMOR como único camino portador de felicidad.»
Que lo haya conseguido, a partir de ahora ya no le corresponde a Miguel Ángel decirlo, sino a los cristianos y cristianas de la Comunidad de Belén.

Domingo 25º del Tiempo Ordinario


Con paciencia, con tacto y con mucho cariño, Jesús se lleva aparte a los discípulos, porque ve que están liados con eso de los puestos y los honores, el mando en plaza y el figurar.
Y se para y se sienta, para darles una pequeña lección.
Eso mismo hace con nosotros, que también estamos un poco despistados, y no terminamos de entender el evangelio del cual somos depositarios y testigos autorizados.
Por ello, solemos decir más o menos esto:
- En lo de los puestos y los cargos, como ya están ocupados, que doctores tiene la santa madre iglesia, nosotros a oír, ver y callar. Y así más o menos estamos configurándonos como ovejas de este rebaño que es el Pueblo de Dios. ¿Somos ovejas dóciles, sin capacidad crítica, irresponsables e indolentes?
- O también decimos: ellos ocupan esos puestos de poder y de saber, pero yo tengo muy claro lo que quiero; que digan y sigan diciendo, que haré lo que me parezca. Y de esta manera me sitúo, nos situamos todos, en el evangelio a la medida, mi medida, y a una pertenencia a la Iglesia también muy sui géneris: sólo en la medida en que me interesa y conviene. ¿Somos autosuficientes, puramente autónomos?
- En cuanto a lo de ser como niños, ¡ojalá pudiéramos volver allá!, decimos cuando ya cargamos años. O también decimos, ¿como niños?, fenomenal, porque los niños son los mimados de la casa, los reyes de la familia e incluso de la sociedad.
El evangelio no es cualquier cosa y merece que lo apreciemos. Manejándolo a nuestro antojo, se diluye y no sirve para nada.
Hoy Jesús pone dos ejemplos, para que aprendamos de ellos:
* Él mismo, el primero que no ha venido a mandar, sino a estar a nuestra disposición. Se pone el último de todos, porque no quiere dominar, sino liberar y salvar. Solemos contemplarlo en el centro, presidiendo, ocupando la cabecera de la mesa; pero él también está arremangado, de arrodillas y lavando los pies de los demás. Mesa y servicio, desde Jesús son el símbolo y sacramento que mejor lo expresa.
* Un niño, un paria de la sociedad, un mierdecilla que sólo estaba para recados y para ser utilizado en lo que mejor conviniera. Jesús proclama que ellos, los que son nada, son los preferidos de Dios. De ellos es el Reino. Seremos sus discípulos si los acogemos tan bien como le acogeríamos a Él, porque quien acoge a los pequeños, acoge al mismo Dios.
Finalmente, por medio de Santiago nos hace saber que no debemos perdernos en luchas entre nosotros por ser más o menos, que eso no lo quiere Dios.
Y por boca de la Sabiduría nos llama a vivir confiando, porque hay quien se ocupa de nosotros, incluso aunque a nosotros no nos preocupara.
Alegrémenos de tener un Dios así.

Domingo 24º del Tiempo Ordinario


¡Qué pronto y qué bien respondió Pedro a la pregunta que Jesús hizo a los suyos! La suya fue una respuesta de catecismo, de las que de pequeños nos daban derecho a diploma en religión o a los vales en la catequesis dominical: -«Tú eres el Mesías».

Lo que está por ver es si Jesús buscaba esa respuesta y si estaba preguntando lo que Pedro le entendió.

A la vista de la explicación que luego les hizo aparte, parece que no. Porque Jesús empezó a hablar de incomprensión, persecución, incluso condena y muerte. Y de que quien quisiera ganarse la vida la perdería, pero quien diera su vida en pérdida, ése la ganaría. Y terminó diciendo que quienes le siguieran deberían cargar con la cruz y negarse a sí mismos.

Claro, todo eso Pedro no podía entenderlo porque aún Jesús estaba bien vivo, y no había llegado ni su muerte ni su resurrección.

Sí lo entendió después, cuando todo aquello sucedió. Y lo entendió tan bien como Santiago, a quien volvemos a escuchar de nuevo hoy: ¿qué fe es ésa que no tiene obras?; ¿es suficiente saberse el credo para ser cristiano?

Y Pedro comprendió mucho tiempo después lo que Jesús le preguntaba aquel día. Y que la pregunta que en realidad les estaba haciendo era ésta: ¿Estáis dispuestos a seguirme hasta el final?

A todos nosotros también nos ha llegado esa pregunta. Pero tenemos más información que Pedro; ahora sabemos mucho más que él entonces. Y sabemos que Jesús fue el ser humano que vivió para Dios y para los demás, que se negó a sí mismo y dio la vida por todos. Que cumpliendo la voluntad de quien era todo para él, Abba Dios, nos salva y nos libera.

Seguir a Jesús significa cargar con la propia cruz y dejar de pensar en uno mismo para buscar siempre el bien de los demás. Esas son las obras de la fe: no muchas palabras sino mucha acción al servicio de los hermanos y hermanas, creando fraternidad, reconciliando, curando, acercando a los que están excluidos de la mesa común del Reino. Eso es lo que Dios quiere y eso es lo que nos salva. En el camino encontraremos dificultades pero contamos con la gracia de Dios, con su ayuda, con su presencia, como nos recuerda el profeta Isaías en la primera lectura: «El Señor me ayuda, ¿quién me condenará?»

Domingo 23º del Tiempo Ordinario


Un milagro más en el relato evangélico nos brinda la ocasión de afirmar nuestra fe en Jesús como el enviado de Dios, como el profeta anunciado, como el cumplimiento en su persona de las promesas hechas anteriormente por Dios en favor de la humanidad.


Pero si nos quedáramos ahí, en el milagro, quizás estuviéramos poniendo la atención en algo distinto a lo que Jesús mismo quiere destacar.

Nos ayuda, para centrarnos, la segunda lectura que acabamos de escuchar. Es de Santiago, y avisa a los primeros cristianos y también a los últimos, nosotros, para que caigamos en la cuenta. ¿De qué nos avisa? De que dejemos de mirar el dedo que nos señala la luna, cuando es la luna lo importante.

Ya entonces, como ahora, el mensaje de Jesús estuvo en peligro de perder suelo, de subir a un cielo ilusorio y espiritualoide, convirtiéndose en un dulce dormitar. Y Santiago lo dice llanamente, con palabras sencillas para que todos entendieran: en la comunidad cristiana, como en la sociedad, hay ricos y hay pobres; y tanto en una como en otra, se les da un trato desigual. A quien tiene poder, se le ensalza; a quien está andrajoso, se le arrincona; el primero habla y es escuchado, el segundo no tiene derecho ni a lo uno ni a lo otro.

Eso no lo quiere Dios, concluye Santiago, que quiere a todos por igual, y no hace distinción ni acepción de personas.

El sordomudo del evangelio no es el pretexto para que Jesús muestre su poder. Aquella persona, incapacitada para oír y expresarse es el centro mismo del evangelio de esta mañana. En él se concreta las expectativas del Reino de Dios: los sordos, oyen; los mudos, hablan; los inválidos, andan; los enfermos, llegan a estar sanos… Son rotas las cadenas que esclavizan.

Es lo que Isaías, en la primera lectura, describe con colores un tanto ecologistas: «Decid a los cobardes de corazón:
«Sed fuertes, no temáis.
Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite,
viene en persona, resarcirá y os salvará».
Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán,
saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.
Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa;
el páramo será un estanque, lo reseco un manantial.»

El Reino de Dios es este mismo mundo, -no otro situado no se sabe en qué galaxia-, pero transformado de tal manera que sea el que Dios mismo soñó, cuando decidió crearnos como hijos e hijas suyos para establecer con nosotros una alianza de amor eterno.

El effetá de Jesús, aquel grito claro y rotundo, hoy está dirigido a todos nosotros diciéndonos: abríos al Reino, liberad a este mundo y las personas que lo habitan de sus ataduras, romped el orden social que agobia a los pobres y atribulados, tomad en serio vuestra responsabilidad creadora, dad razón de vuestra fe en el Dios de la vida viviendo y ayudando a vivir en plenitud.

Este sí será el milagro que está en nuestra mano hacer. No lo dejemos para mañana.

Música Sí/No