Domingo 3º de Pascua


Testigos aparece dos veces en las lecturas que acabamos de escuchar, y está indicando que se trata de algo importante.
Aparece en primer lugar en boca de los apóstoles, en una de las primeras actuaciones públicas, y se refiere a sí mismos que se presentan como avales de que Jesús ha resucitado. Ellos, no sólo lo saben, han sido espectadores, y por lo tanto pueden dar fe.
En el evangelio vuelve a aparecer la palabra testigos, esta vez en boca de Jesús y referida a sus discípulos: les están dando el encargo de dar a conocer todo cuanto han vivido y han compartido junto a él.
Dos significados diferentes pero muy unidos del ser testigos, que los cristianos no debemos olvidar nunca.
Y hoy añadimos entre todos otro significado de la palabra testigo: el Bautismo adentra al bautizado en la intimidad con Jesús, en su muerte y en su resurrección, para testificar la nueva vida que se le da.
Esta chiquillería que hoy nos acompaña, fue bautizada hace apenas unos pocos años, y ahora son candidatos a participar de la Mesa, y todos los demás desde hace más tiempo recibimos el abrazo de Dios, que nos reconoce como sus hijos más queridos y que nos capacita para ejercer de tales ante todo el mundo.
Superemos los miedos, cualquier miedo, porque es tiempo de resucitar, de dejar que la vida del Resucitado no tome y nos arrastre, para que ante Dios y ante los demás vivamos intensamente vivos.

Domingo 2º de Pascua


«Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a aquel que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.»
Dicho con menos palabras: “El que ama a Dios, ama a los hijos de Dios. Y el que ama a los hijos de Dios, ama a Dios.” Y no podemos ni debemos dar más vueltas al asunto.
Tomás, el que exigía ver y tocar para creer, tuvo su oportunidad; pero Jesús resucitado proclamó ante él su última bienaventuranza: «Dichosos los que crean sin haber visto.» Claro que esa fe se confiesa humildemente, pero exige un estilo de vida y unos compromisos.
Y de ello nos habla el libro de los Hechos de los Apóstoles: «En el grupo de los creyentes… lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía…» Creer hoy en Jesús exige defender la vida y el reparto de los bienes de la tierra, defender los intereses de los más necesitados, tanto de personas como de pueblos, y hacer lo que sea para que «nadie pase necesidad».
Lo cual nos trae a la memoria otras palabras de Jesús: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen, los prisioneros visitados…
La Pascua cristiana nos invita a compartir pan y Vida. Dichosos si lo creemos y arrimamos el hombro a la hermosa tarea.

Domingo de Pascua de Resurrección


Pregón

Esta noche es la fiesta de la luz.
Lo dice nuestro templo iluminado y florido.
Lo proclaman vuestras velas encendidas.
Esta luz ha emergido de este hermoso cirio,
que representa a Cristo resucitado.
Ha surgido en medio de la noche:
en nuestra oscura y menguada existencia,
anidada por el hambre, la injusticia, la marginación, el desamor…
Este cirio es Jesús de Nazaret, venido para que tengamos vida en abundancia:
que ilumina a Dios como padre-madre de todos por igual,
que a todos nos identifica como hermanos,
que entiende la vida como reino de justicia, amor y verdad,
que dedica su vida a curar a los enfermos,
que abraza a los que nadie quiere,
que pone lo que tiene a disposición de todos,
que trata con dureza a los dirigentes religiosos:
porque utilizan a Dios para su propio encumbramiento,
porque no han conocido al Dios que es justicia, amor y verdad,
porque oprimen al pueblo con cargas innecesarias,
porque son hipócritas al exigir lo que ellos no hacen.
Lo condenan por blasfemo: se ha reconocido Hijo de Dios, enviado suyo.
Lo ejecutan como a un revoltoso político en un patíbulo inhumano.
Acudió a Dios, pero Dios parecía no escucharle:
las fuerzas de la historia, basadas en el egoísmo, imponen su lógica,
los dirigentes no quieren problemas,
los estómagos agradecidos siguen sus intereses,
el amor gratuito, la justicia verdadera, la libertad responsable…
se quedan en palabras hermosas, en sueños imposibles.
Pero, en medio de esta noche que parece no tener fin,
estalla una luz singular: ¡Jesús ha resucitado!
“Ya no muere” porque no “vuelve” a esta vida,
sino que “entra en su gloria”.
El condenado por blasfemo tiene razón.
Aquel a quien los poderosos aplastaron está vivo y lleno de gloria.
A pesar de la fuerza del dinero y del poder, se puede ser libre;
podemos entregarnos a la justicia, al amor y a la verdad,
podemos confiar en Dios y vivir en la seguridad de su amor de padre,
pese a su silencio, a su “abandono”,
a su respeto por los mecanismos de la naturaleza y de la historia…
“Ahora, nos dice Benedicto XVI,
Dios revela su rostro precisamente en la figura del que sufre
y comparte la condición del hombre abandonado por Dios, tomándola consigo.
Este inocente que sufre se ha convertido en esperanza-certeza:
Dios existe,
y Dios sabe crear la justicia de un modo que nosotros no somos capaces de concebir
y que, sin embargo, podemos intuir en la fe.
Sí, existe la resurrección de la carne”.

Homilía

En la tarde del Jueves, junto al pan y al vino, recordamos a Jesús y trajimos nuestras banderas rotas. Nuestros sueños imposibles, nuestras ilusiones truncadas, nuestros errores personales y colectivos, nuestros horrores vergonzosos, todo lo que no fuimos capaces de hacer bien, y también lo que destrozamos con mala voluntad. En el lavatorio las reconocimos y también las asumimos, en actitud de servicio: la infancia explotada, los parados, las mujeres violentadas, los inmigrantes y extranjeros, los drogodependientes, los presidiarios, los pueblos expoliados, las víctimas del terrorismo, las personas discriminadas y relegadas dentro de la Iglesia, las personas sin techo, los excluidos y excluidas de la sociedad, los judas de ahora y de siempre.
Ayer, viernes, esas banderas hechas jirones se nos convirtieron en las cruces que junto a la Cruz nos hablan del silencio de Dios, que calla porque somos los seres humanos quienes tenemos la palabra, y también la responsabilidad. Y las levantamos a todas bien en alto, izándolas como estandartes de nuestro compromiso cristiano.
Esta noche, la cruz vacía que preside nuestra celebración pascual nos anuncia que quien estuvo en ella clavado ahora está vivo, que la muerte no pudo retenerlo en el sepulcro, que el Abba exige para él la vida. Y ese Jesús resucitado nos mira a nosotros y nos cita en Galilea, allá donde todas nuestras cruces, nuestras banderas rotas, se han de convertir en sepulcros vacíos incapaces de retener la vida que de ninguna manera puede ser matada por la muerte y nuestro pecado.
Jesús ha resucitado: resucitemos nosotros mismos y seamos resucitadores de nuestras hermanas y hermanos. Así proclamaremos que ha estallado la Vida, y nuestro Viva a la Vida será nuestra alabanza y nuestro Gloria al Abba, que no ha dejado nunca de querernos hasta desfondarse por nosotros.
Hermanas y hermanos: Feliz Pascua Florida, Feliz Pascua de la Resurrección del Señor.

Viernes Santo


La Liturgia del Viernes Santo se concentra, como único sacramento, en la cruz desnuda. Que ninguna otra cosa que no sea la cruz y el crucificado distraiga hoy nuestra mirada, y que sean ellos los que susciten la curación de la mirada. Mirada contemplativa. Tiempo de silencio.
Nos hemos reunido para estar en silencio ante la muerte, para que se nos revele la verdadera hondura del mal, para reconocer nuestra responsabilidad en el sinsentido que destruye a Jesús, el siervo inocente. El crucificado es elevado ante nosotros. “Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo”. Después nos inclinaremos ante ella y la honraremos; la besaremos y participaremos de su capacidad curativa. Se nos invita a sumergirnos en el misterio de un Dios crucificado cuyo amor sostiene incluso la brutalidad con que nos tratamos unos a otros.
Miremos la cruz para aprender realismo. La cruz produce escalofríos; nos sitúa en el corazón del sufrimiento humano.
Miremos la cruz para descubrir cómo sufre Cristo en su humanidad. En toda carne herida está crucificado Cristo.
Miremos la cruz para saber de Dios. Dios Padre está en la cruz hecho dolor y amor, y desde lo alto de la cruz nos muestra su amor infinito.
Miremos a las mujeres junto a la cruz de Jesús para aprender compasión. En la cruz, la Iglesia del poder y la prepotencia masculina queda derrotada por esta iglesia femenina de la humildad y la valentía: iglesia de la misericordia.
Miremos la cruz para aprender confianza. “En tus manos, Padre, pongo mi vida”.
Miremos al crucificado para aprender por dónde se va hacia el futuro, para descubrir que la cruz es la penúltima de las paradojas del evangelio. Cuando todo parecía acabar, fue cuando todo comenzó.
Miremos a Jesús colgado de la cruz para hacernos compañeros. “Mujer, ahí tienes a tu hijo…” Hijos todos, todos hermanos. Todos testigos y discípulos.
Miremos a la cruz para aprender que no somos capaces de acabar con ella. Incluso el mismo Dios la sufrió.
Miremos a la cruz y rebelémonos contra ella, en un compromiso sin desmayo por arrancar a los crucificados del mundo y de la historia de sus garras.
[Las banderas rotas que ayer tarde pusimos sobre la mesa, siguen ahora junto a la Cruz, convertidas en cruces; son nuestras cruces, que no debemos ocultar, sino dejarlas ahí, bien levantadas, para que mirándolas, al tiempo que nos redimen también nos comprometan por liberar y desclavar a las personas en ellas crucificadas.]
Miremos a la cruz con agradecimiento, y tomémosla en nuestros hombros para seguir caminando al paso de toda la humanidad.
Miremos y contemplemos: que lo contemplado nos atraiga y nos movilice.

Jueves Santo


Monición de entrada

Aquella tarde, al anochecer, Jesús se reunió con sus amigos en la cena pascual. Y, recordando el pasado liberador y anunciando su entrega por todos, fundió en uno el culto y la acción, la liturgia y el gesto profético.
El lavatorio de los pies, en medio de la cena, fue el gesto que la colmó de sentido, aunque a menudo lo olvidemos.
Aquella cena fue la última del rito antiguo, la primera de los nuevos tiempos y el anuncio del banquete definitivo en el Reino de Dios.
Que esta tarde nosotros acojamos con respeto y agradecimiento este misterio.

Homilía

(En el presbiterio, 1 banco a cada lado del altar, sobre cuyos respaldos doce carteles representan a 12 colectivos, cuyos nombres están visibles.)

Aquella tarde Jesús se reunió, como todo su pueblo hacía desde tiempo inmemorial, a celebrar la Pascua. Posiblemente se reunió con todos los suyos, no sólo doce, tal vez muchos más, en familia; o tal vez no, sino que de tantas veces como estuvo a la mesa con su gente, a nosotros nos ha llegado esta postal, foto fija, escena varada en el tiempo, de doce más uno, una mesa, vino y pan.
Era fiesta, era celebración. Era también recuerdo y recopilación. Era presente, que venía del pasado y se proyectaba hacia el futuro.
Pero aquella tarde hubo sobre aquella mesa algo más. Alguien, seguramente el mismo Jesús, colocó allí todas las banderas rotas de los sueños, ilusiones, esperanzas, proyectos, anhelos, preocupaciones que envolvieron toda su persona, toda su vida durante todo su recorrido por aquellas tierras con aquellas gentes.
Se trataba de una despedida. Y allí estaban aquellas banderas.
Aquí están las banderas rotas. Encima de esta mesa, al hacer memoria de Jesús, tenemos que reconocerlas: son nuestras banderas rotas.
Y aquí está también nuestro encargo, el que él nos dejó: lavar los pies a quienes son nuestras banderas rotas.
Éstas y más, son y tienen que ser nuestra preocupación en esta hora:

1: Lavemos los pies a las mujeres maltratadas y a las víctimas de la violencia doméstica. Cerramos los ojos y los oídos a su situación y las dejamos aisladas y escondidas. Les pedimos perdón por nuestro desconocimiento, nuestras inhibiciones, nuestros comentarios hipócritas y tardíos.
2: Lavemos los pies a los inmigrantes y extranjeros, hombres y mujeres pobres que llegan a nuestro país y a nuestra ciudad huyendo de la miseria y seducidos por nuestro exhibicionismo de nuevos ricos y sólo encuentran rechazo, desprecio y explotación. Les pedimos perdón por atentar a su dignidad de personas.
3: Lavemos los pies a los excluidos y excluidas de la vida laboral, las mujeres rechazadas por su condición femenina, los parados de larga duración, los jóvenes marcados por el fracaso escolar, los pensionistas agobiados por sus recursos de mera supervivencia. Les pedimos perdón por desentendernos y buscar sólo nuestra promoción personal.
4: Lavemos los pies de los mayores condenados a la soledad y abandono. Lo han dado todo y ahora les arrinconamos porque ya no son útiles e incomodan. Les pedimos perdón por nuestra ingratitud.
5: Lavemos los pies a las víctimas del terrorismo, los que han perdido a sus familiares, los que viven sometidos al chantaje y el miedo a morir, los que están marcados por la diana de las razones ideológicas porque "conviene que uno muera por el pueblo". Les pedimos perdón por nuestras falsas prudencias.
6: Lavemos los pies a los rechazados y discriminados en la propia Iglesia: divorciados, mujeres, homosexuales, teólogos sometidos a proceso y privados de libertad. Les pedimos perdón por nuestra cobardía.
7: Lavemos los pies y las manos a los niños y niñas sometidos a vejaciones, reclutados a la fuerza, explotados en trabajos, excluidos de la educación y cultura, prostituidos y convertidos en mercancía. Les pedimos perdón por nuestro pecado de inhumanidad.
8: Lavemos los pies y las manos a los pueblos expoliados, expulsados, aniquilados, dejados morir de hambre y enfermedad de África y de América. Les pedimos perdón por beneficiarnos de su desamparo y explotación.
9: Lavemos los pies y las manos a los presos y reclusos de nuestros centros penitenciarios. Muchos de ellos representan nuestra cara oculta y vergonzosa, la que no queremos reconocer ni mirar, pero necesaria para que nos sintamos gente de orden y personas buenas. Les pedimos perdón por nuestra hipocresía.
10: Lavemos los pies y las manos a los “sin techo”. Expulsados de los cauces por los que discurre la normalidad de nuestra sociedad, carecen de casa, de familia, de medios de vida, del respeto debido y hasta de la capacidad de regenerar su propia dignidad. Les pedimos perdón por la dureza de nuestro corazón.
11: Lavemos los pies y las manos a los toxicómanos y drogodependientes. Ellos son la parte más frágil de un negocio perverso y de una estructura social y familiar que no sabe o no puede encontrar la solución. Les pedimos perdón por nuestra impotencia.
12: Lavemos los pies y las manos a los Judas y traidores de ahora y de siempre, de todos los tiempos. Nadie los quiere, todos los odian, jamás serán perdonados; pero son necesarios para que se cumplan las expectativas, para que la historia siga su curso y para que siempre haya sobre quien descargar la rabia y el rencor que origina el mal. Les pedimos perdón por no perdonarles y porque también nosotros somos infieles y desleales.



Domingo de Ramos


Está bien “salir a la calle” como expresión de nuestro derecho a la libertad. Salimos a la calle para expresar nuestra opinión; para reclamar nuestros derechos; para solidarizarnos; salimos a la calle incluso para tranquilizar la conciencia apoyando sin demasiado compromiso una causa justa y noble. Hay, finalmente, quien aprovecha cualquier ocasión de “salir a la calle” para resarcirse del tiempo en que no pudo hacerlo con libertad.
Que nuestro “salir a la calle” de esta mañana, con los ramos en la mano y aclamando a nuestro Rey y Mesías, haya sido manifestación comunitaria de la fe, espontánea y gratuita, en aquél que viene en el nombre del Señor.
Hagamos también confesión de la fe personal que nos identifica como seguidores de Jesucristo, sabedores de que corren tiempos en que ni está de moda, ni cae bien, ni suele ser bien interpretado manifestarse como cristiano y católico.
Os invito a, puestos en pie, afirmar con energía algunos artículos centrales de la fe que nos salva:
-¿Creéis en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra?
-¿Creéis que debéis de tener la misma mente y el mismo corazón que Cristo Jesús, que siendo de condición divina no consideró la igualdad con Dios como algo que podía retener ávidamente y, por el contrario, se humilló hasta la muerte?
-¿Creéis que debéis haceros siervos de Dios y servidores de los demás, confiando en la fuerza de Jesús?
-¿Creéis que sois llamados a ser obedientes a Dios hasta la muerte, asumiendo vuestra parte de los sufrimientos de la cruz por otros que viven en el mundo?
-¿Creéis que Dios levantó por encima de todo a Jesús y le concedió el nombre por el que somos salvados?
-¿Creéis en el nombre de Jesús, dobláis la rodilla sólo ante su nombre, confesáis que sólo Jesús es el Señor de la vida, el Señor de la historia, el Señor de toda la tierra?
-¿Creéis que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre?
-¿Creéis en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia católica, en la comunión de los santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna?
Esta es nuestra fe. Esta es nuestra esperanza y salvación. Pedimos la fuerza del Espíritu de Dios mientras seguimos el camino de la cruz esta semana con Jesús, que es Señor, para gloria de Dios Padre. Amén.

Música Sí/No