Festividad de Todos los Santos y las Santas


La festividad que hoy celebramos y el texto central, yo diría incluso el rey de los evangelios, no tienen para mí explicación ni sentido si no partimos de una experiencia vital.
La experiencia vital de Jesús es Abba. Esa es también nuestra experiencia más íntima y primera. Cuando empezamos a balbucear, siendo conscientes de la manera en que ello sea posible de que nos caemos, tenemos hambre, inseguridad, miedo, sueño o nos hemos ensuciado el pañal, hemos dicho o gritado abbab. El papá se pone contento: ha dicho pá-pa; el abuelito también contento porque se siente requerido, bá-ba; la abuelita no menos, yá-ya; el hermanito o la hermanita de igual modo ha entendido que dice tá-ta. Pero es la madre la que siente en sus entrañas que su criatura le reclama. Y es a ella a la que generalmente llama y apela: má-ma.
Esta madre, Dios, es el Abba de Jesús. Dios sí, Padre también, Madre de igual manera.
Dios es nuestro Abba como lo fue de Jesús.
Y Abba hoy nos dice que ya está bien de que sus hijos e hijas sufran porque sí, que lloren sin consuelo, que se ejerza sobre ellos y ellas violencia, injusticia, desprecio…
Y apela a nuestros sentimientos, que si son humanos deben ser también divinos. Vamos, como los suyos.
Y el Abba, que es el Santo, nos llama a la santidad de tener como Él, entrañas de misericordia.
Y entrañas de misericordia no es sólo asentir con la cabeza, o vibrar con el corazón. Es también y sobre todo poner de nuestra parte todo lo que podamos y sepamos para acabar con las causas que oprimen a los oprimidos, que separan a los separados, que ajustician a los ajusticiados, que hacen llorar a los que lloran.
En la gran fiesta de la esperanza cristiana, a los discípulos de Jesús se nos invita a vivir conforme al espíritu de las bienaventuranzas en la vida presente, estando seguros de que será la mejor forma de alcanzar la salvación eterna, de la que ya gozan los bienaventurados en el cielo.

Domingo 30º del Tiempo Ordinario. Inicio de la Catequesis


La homilía (el monólogo, uno más, que realiza el "celebrante" mientras tod@s permanecen sentad@s, quiet@s, respetuos@s, silencios@s, ¿atent@s?), es una especie de animación a la gente
- a que se conviertan tod@s en lo que son desde el Bautismo, catequist@s, evangelizador@s, testig@s…;
- a convencer a quienes piensan que catequizar es enseñar a recitar oraciones del tipo "cuatro esquinitas tiene mi cama…", o "Jesusito de mi vida…", o aprender textos de memoria o saber cómo responder en misa…,
- de que catequizar también puede ser coger de la mano al@ otr@ y caminar junt@s tras Jesús, cuya palabra es el agua mansa que cae en la tierra y la empapa, y por eso necesita tiempo (¿tres años viniendo? ¡qué barbaridad), porque si lo hace como un turbión arrasa pero no esponja la tierra sino al contrario la apisona y endurece…;
- en fin, que ser cristian@ es algo que se va a prendiendo y siendo poco a poco, junto a otr@s, y con Jesús…

Domingo 29º del Tiempo Ordinario


Como nos ha ocurrido ya otras veces, el evangelio debemos entenderlo del revés.
- Si lo hacemos del derecho queda muy bonito, muy redondo, así:
El dinero es de las cosas materiales, pues para el asunto de las cosas materiales. O sea y simplificando, pagar a quien debemos.
Las cosas de Dios son las espirituales, pues eso, lo espiritual, para Dios.
Bien fácil y bien claro. Tiramos una línea por medio y nos queda fetén.

- Pero podemos hacer lo contrario, intentar leer este evangelio del revés. Vamos a ver:
Lo de Dios, qué es lo de Dios. Y si le preguntáramos a Jesús, que estuviera aquí, nos respondería: leed la Biblia entera y enteraos. Si lo hiciéramos veríamos que en toda la Biblia y con mucha insistencia lo de Dios es la justicia, la defensa del indefenso, el tomar partido por el que ha perdido, -porque se lo han quitado-, todo. Veríamos que desde los profetas hasta el mismo Jesús, lo de Dios es el derecho, el no hacer violencia sobre el débil, el no oprimir y exprimir. Veríamos que Dios siempre está por liberar, rescatar, salvar, a quién: liberar al oprimido, rescatar al esclavizado, salvar al condenado.
O sea que si lo de Dios es todo esto, no sé qué nos va a quedar para dar al césar.
Pero si después de cumplir con Dios nos queda algo, pues se lo damos y ya está.
¿Por dónde tiramos ahora la línea recta?

Hoy recordamos las misiones que realiza la Iglesia por todo el mundo. Recordamos a los misioneros de allá lejos, que aquí somos cristianos convencidos y no hacen falta.
La Iglesia nos pide lo mejor, que les recordemos, que oremos por ellos y con ellos, que nos sintamos en comunión con su trabajo por el evangelio de Jesús.
También nos pide ayuda económica para mantener a personas y proyectos. Así que se la damos.

Domingo 28º del Tiempo Ordinario y la Virgen del Pilar


En nuestra Iglesia hay unas disposiciones sobre la liturgia que señalan cómo deben hacerse las cosas cuando los cristianos nos reunimos para celebrar la eucaristía. Esas disposiciones unas veces indican y aconsejan, otras mandan y obligan. La importancia de los días no está a la libre disposición de quienes celebramos nuestra fe. Hoy es el Pilar y es domingo 28º del tiempo ordinario. Bueno, pues hoy podíamos escoger entre celebrar a Nuestra Señora del Pilar (advocación particular del pueblo español) o la liturgia más universal del tiempo ordinario. Yo he escogido lo segundo, pero sin olvidar a María.
Vamos allá. La parábola del evangelio es una parábola, es decir una historieta no real para ilustrar otra historia real como la vida misma. La hemos escuchado, nos la sabemos desde siempre, al menos los más mayores, y cada uno ha intentado explicársela a su manera. ¿Qué quiere decir esta parábola en boca de Jesús? Para ser breve voy a saltarme cosas.
Dios invita a toda la humanidad a una fiesta de vida y de plenitud. No es Jesús el primero que lo anuncia, ya antes de él, toda la historia humana está orientada hacia ahí y lo han pregonado profetas de todo tipo. Vemos hoy a Isaías que así lo hace.
Hay algunos que han querido, y quieren todavía, monopolizar para ellos esa fiesta. No hace falta decir nombres, pero sí dónde se les puede localizar: son los que se apoderan de las conciencias de los demás, en la religión, en las creencias, en lo social, en lo que se debe pensar; son los que se apropian y monopolizan los bienes que son de todos; son los que se hacen fuertes y humillan y esclavizan; son los que no quieren entrar en comunión con el resto y lo quieren todo sólo con ellos y para ellos. Incluso los hay que hasta se quedan con la palabra, intentando que los demás enmudezcan, vamos ¡que nos callemos!
Pero Dios rompe esa lógica y abre la invitación, e incita a disfrutar de todo a todos, no importa si creen o no creen, si saben o no saben, si están en puestos importantes o andan trasteando en los trabajos, si estudian o descansan, etc. Está claro, no. Salió a los caminos e invitó a cuantos encontró.
O sea que todos, absolutamente todos invitados.
Y al final la sorpresa. Hay uno que no está preparado. ¿Qué pasa ahí? Ha entrado vestido de cualquier cosa, menos de fiesta.
Como es una parábola admite interpretaciones. Y cada uno da la suya, y posiblemente todas las que se den valen.
Probablemente es una llamada a la responsabilidad personal. Todos somos invitados, yo soy invitado. Pero ¿me voy a preparar o iré de cualquier manera?, ¿qué estoy dispuesto a hacer?, ¿cómo me he de presentar?, ¿con quién colaboraré?, ¿a quién tendría que ayudar?, ¿haga lo que haga o deje de hacer es igual?
La respuesta la encontramos en María, la madre de Jesús: ¡Bendita tú entre las mujeres, porque escuchas la palabra de Dios y la pones en práctica! Esto es lo que oye María a su prima Isabel embarazada cuando la visita y en boca de su hijo, Jesús, cuando la ensalza porque es fiel, cumplidora y hace lo que tiene que hacer.
Cambiarnos de traje es cambiarnos de vida, celebrar la fraternidad, entrar en la luz del Reino, comportarnos como hijos, como hermanos, y no como extraños. En un mundo en crisis económica, en el que muchos están quedando excluidos de todo, Dios nos invita a compartir el pan de cada día y de la vida, a no excluir a nadie, a buscar la solución verdadera y duradera para la crisis haciendo real en nuestro mundo la fraternidad del Reino. El banquete nos espera.

Domingo 27º del Tiempo Ordinario


En todos los pueblos, en cualquier cultura, hay libros, poemas, cuentos o narraciones que se atribuyen a un autor concreto, pero pertenecen a todos. En la lengua castellana el Quijote, de Miguel de Cervantes, por ejemplo; otro ejemplo, el Poema del Mío Cid. Y hay más.
En el pueblo judío había un poema muy bello, que recitaban en tiempos de la vendimia. El canto a la viña. Se atribuye al profeta Isaías, pero era de todos. La viña es el pueblo de Israel y el dueño Yahvéh, Dios.
Este poema, sin embargo, tiene muchas lecturas, según quién lo lea y según para quién se lea.
Isaías lo leyó de una manera concreta. Lo hemos escuchado en la primera lectura. Es una queja de Dios con su pueblo, que no ha dado los frutos esperados a pesar de los cuidados que le ha prodigado a lo largo de toda su historia. Una queja y una amenaza: si no cambian y se convierten, Dios se buscará otra viña que sí le dé los frutos: justicia y derecho.
Jesús, por su parte, también hizo su lectura; mejor, sus lecturas. Hoy escuchamos una de ellas. La viña es el Reino de Dios. Dios es el amo que pone su viña en manos de un pueblo, Israel, para que lo cuide y a su tiempo le presente los frutos correspondientes. Pero el pueblo de Israel se ha apropiado de la viña, no quiere compartirla con nadie y a cuantos se acercan o los echa, o los maltrata, o los mata. Incluso al hijo del dueño; también lo mata. A la queja sigue también la amenaza: la viña será entregada otros que hagan mejor su tarea.
¿Qué nos dice la lectura de este poema a nosotros, cristianos del siglo XXI? Vamos a intentar hacer una lectura que sea realista. La viña es el mundo, la humanidad, todos los redimidos por Jesús, el hijo de Dios. Dios es Dios de todos, no sé si amo de o sencillamente Padre de todos. La Iglesia, todos los que por el bautismo somos y nos llamamos cristianos, ha recibido el encargo de cuidar de la viña, del mundo, de la humanidad. “Id y anunciad el Evangelio, proclamad al mundo la Buena Nueva”.
¿Estamos dando los frutos que espera Dios?
¿Nos hemos apropiado de la viña para hacer de ella una parcela particular?
¿Aceptamos a otros que quieren también trabajar en la viña o les echamos porque no son de los nuestros?
¿Estamos consistiendo que buenos trabajadores de la viña se tengan que marchar porque sus métodos, ideas, y maneras no coinciden exactamente con nuestro orden, con nuestro directorio, con nuestro reglamento?
Si en tiempos de Isaías y en tiempos de Jesús la lectura del poema de la viña era una llamada a la reflexión y a la conversión, no sólo del pueblo todo sino también y especialmente de las autoridades, hoy también es una seria llamada a cambiar nuestra mirada para empezar a mirar las cosas y las personas y los pueblos con la misma mirada de Dios. Porque lo que Dios quiere nos lo dice San Pablo en la segunda lectura: la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodie vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Y todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud o mérito tenedlo en cuenta.
Es otra manera de decir: practiquemos el derecho y la justicia que llevan a la paz, que es lo que quiere Dios.

Música Sí/No